Capítulo 36 | Espinas de rosas

45 1 16
                                    

Mireia

El amor es ciego. Siempre se ha dicho.

En ocasiones porque damos nuestro corazón a sabiendas de que pueden herirlo, pero con la certeza de que no lo harían nunca. Claro que nunca terminamos de conocer a la otra persona. El ser humano vive en constante cambio, tanto por las circunstancias que lo rodean como por su propia percepción de las cosas.

Otras veces es porque confiamos en que, aunque el destino nos ponga a prueba, el amor triunfe y haya un final feliz. Sin embargo, como ya dije anteriormente, los cuentos felices no existen. Séneca decía que vivimos entre cosas destinadas a morir. Hoc unum scio: omnia mortalium opera mortalitate damnata sunt, inter peritura vivimus. Por eso había dejado de esperar muchas cosas.

Hasta que los conocí.

Ciro y Nil eran una sacudida que hacía que algunos de mis cimientos temblaran a su paso. Podía mantenerme firme a ciertas cosas, pero siempre habría otras que se verían sepultadas. Poco a poco, sin darme cuenta.

Hay veces en que los sentimientos ciegan hasta al más sagaz de los cazadores.

Dormir con Nil la última noche fue bien. Me desperté sola, cosa que agradecí. A pesar de que habíamos hablado seriamente, seguía dudando de su palabra. Ya la había roto una vez, así que nada le impedía hacerlo de nuevo.

Sobre las once, llamó Ciro para decirnos que ya se había solucionado. Después de una semana, por fin se había terminado todo. Me pregunté cómo lo había hecho, qué les habría dicho para que todo se resolviese, si había tenido que sacrificar algo. ¿Ya no corría peligro? ¿Nadie se me acercaría por la espalda para drogarme o amenazarme? Deseaba que fuese verdad.

Nil y yo lo recogimos todo y regresamos a Barcelona en la moto. De nuevo, tuve que ir pegada a él todo el trayecto, pero resultó un poco más cómodo. Nuestra relación había cambiado, aunque no supe si para bien o para mal. A veces todo era perfecto; otras, se complicaba.

Una parte de mí seguía pensando en ese beso en el río, en la noche que dormimos abrazados porque casi me congelo... Por más que no quise que nada de eso sucediera y lo había detenido antes de que fuese a más, tenía miedo de que al ver a Ciro se diese cuenta de todo. Lo último que quería para él era dolor.

Ya había sido suficiente todo lo que habíamos pasado. Tocaban cosas buenas. Al menos eso quería creer. Sigo siendo de esas personas que piensan que tienen que pasar cosas malas para que vengan las buenas. Los obstáculos habían sido complicados y duros, pero había encontrado a la persona con la que estaba segura de que quería compartirlo todo.

Nil detuvo la moto junto a la de Ciro en el garaje de la urbanización. Cuando subíamos por el ascensor, estaba un poco nerviosa y Nil lo notó. Fue como si me leyese la cara.

—Eh, todo ha ido bien, ¿vale?

—¿Sabes cómo lo ha podido resolver todo? La última vez...

—No te preocupes por eso. Ciro sabe lo que hace.

Me dio un apretón en el hombro. Abrió con sus llaves y me dejó pasar primero. Busqué con la mirada a Ciro. Estaba de pie en la cocina, preparando algo que olía fenomenal. Corrí a abrazarlo sin poder apaciguar las ganas de volver a tenerlo cerca. Me envolvió entre sus brazos, luego me cogió el rostro y me besó despacio en la boca con infinita ternura.

Me apreté contra sí, apoyando la cabeza en su pecho y respirando su aroma masculino. Lo había echado de menos. Lo quería. Lo quería de verdad y en ese momento lo tuve más claro que nunca. No importaba nada más. Para mí, Ciro siempre sería un rayo de luz que me avivaba el corazón, que lo hacía latir fuerte y sonreír como si acabase de ganar la lotería de la vida.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora