Capítulo 6 | Antítesis

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Aún tenía la respiración alterada y el corazón bombeando como una máquina de vapor a pleno rendimiento. Literal que iba a salírseme del pecho. Se me subió la presión a la cara, sintiendo un enorme sofoco. Estaba segura de que debía de tenerla roja. ¿Por qué me hacía sentir de esa manera alguien como él?

Fui al baño a echarme agua. En efecto, tenía coloretes. Hice lo que pude para refrescarme y regresar a la normalidad, no obstante, ¿cómo se podía volver a la normalidad después de haber besado a Ciro? Dios, si volvía a decir una vez más que lo había besado se me iría la chola. Me di aire con las manos y me senté en la cama, exhausta.

Sólo tenía que olvidar que eso había pasado. Porque, en efecto, no volvería a ocurrir. Me había pillado con la guardia baja, había sido eso, sí. Yo no me dejaba engatusar por tipos como él.

Abrió la puerta despacio y entró inspeccionando el cuarto con la mirada hasta detenerse en mi figura. Me puse en pie, decidida a salir, a lo que él me cortó el paso.

—¿Adónde vas?

—Al sofá, a dormir.

Negó con la cabeza. Quería gritarle que no podía obligarme, pero decidí calmarme e indagar:

—¿Por qué no quieres que duerma en el sofá? No me voy a escapar.

—No es eso. —No era la respuesta que esperaba.

—¿Entonces qué? ¿Qué no entiendes de que no quiero dormir contigo? —repliqué, sulfurada.

—No quiero que duermas sola —pronunció. Ante esa afirmación permanecí callada, a esperas de que dijera algo más. Desvío un momento la mirada hacia la cama—. Estás asustada.

Chasqueé la lengua y contesté:

—Esa es una excusa muy barata.

—No quiero perderte de vista. —Esa fue su segunda razón. Tampoco era suficiente.

—Que yo sepa dormimos con los ojos cerrados. ¿No fue eso lo que me dijiste anoche? —le eché en cara y me crucé de brazos, dándole a entender que no me convencía.

Ciro rio sin poderlo evitar. Nunca lo había visto reír de ese modo. Me derritió, cosa que no debí permitir. Me rozó el brazo con la mano, como temiendo tocarme otra vez.

—Quiero tenerte cerca.

Aunque su respuesta estuvo cerca de terminar conmigo, pude resistirme ante su encanto. Quizás él no fuera consciente de ello, pero lo que estaba ocasionando en mí desde que me salvó en la bañera iba a estallar si continuaba siendo tan franco.

—Eso tampoco me sirve. Buenas noches.

Di por zanjado el tema, así que lo aparté como pude y me dirigí al sofá, sin embargo, él me volteó y estampó sus labios en los míos. Esa vez me cogió el rostro entre sus manos y dejó un beso pasional que revolucionó todo mi sistema.

—Me vuelves loco... —articuló justo después de despegar su boca de la mía y sin haberme soltado aún—. Júrame que no te pasa lo mismo y no volveré a besarte.

Tenerlo tan cerca, diciéndome que no volvería a besarme si así lo quería..., consiguió que la burbuja de paciencia explotara. No podía contenerme más. Quería besarlo de nuevo, quería besarlo durante toda la noche, quería que me abrazara al dormir y que me asegurara que no dejaría que nada malo me pasase.

Quizás ese era el problema: que no lo quería para una sola noche. Lo quería para siempre.

Escuchaba su respiración desbocada mientras dejaba caer su cabeza en mi frente. Habíamos pasado a compartir el aire, podía notar su aliento rebotar en mi nariz. Sabía que aquello no saldría bien y aun así decidí probar ese fruto prohibido. Puede que me hubiera vuelto loca...

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora