Capítulo 39 | Antalya

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Mireia

Todo acto tiene sus consecuencias. El problema es que esas consecuencias no sólo influyen a uno mismo, sino también a todo el que lo rodea. Por esa misma razón el jueves por la noche llegué al ático de Ciro envuelta en un baño de lágrimas. Sabía que mi madre no estaba bien, sabía que tenía un problema serio y que estaba tratándoselo, pero incluso así algo dentro de mí se rompió al verla tan vulnerable.

Ciro no sabía que había ido a verla y se preocupó muchísimo al verme aparecer así. Al principio ni siquiera podía articular una palabra y su tensión aumentó. Me abrazó tan fuerte que poco a poco ese dolor que ardía en mi pecho menguó. Cuando me hube calmado le conté lo que había pasado.

—No es nada grave. He ido a ver a mi madre para contarle esto y todo iba bien, de hecho, quiere que vayas a verla... —Tragué saliva al quedarme sin voz por el pasado llanto—, pero luego se ha puesto muy alterada. Estaba temblando y han tenido que acompañarla al dormitorio. La he visto tan frágil...

Continuó mejiéndome un rato más. Me acarició el pelo y dejó besos en mi frente.

—Piensa en lo bueno, Mireia. Poco a poco volverá a ser ella. Tiene que pasar por todo eso y es una mierda, pero yo estaré ahí contigo cada vez que lo necesites. La apoyaremos para que siga adelante.

—Gracias —musité mirándolo a los ojos. Mi voz seguía sonando rota. Me pasó un pañuelo y luego volvió a acunarme entre sus brazos—. Quiero que venga..., ya sabes, a ver el vestido de novia. Cuando compré el traje para el sábado estuvimos viendo algunos, pero quería esperar a que mi madre estuviese presente. Quiero hacer esto con ella también.

—Te entiendo... Tienes suerte de tenerla.

—Te estarán viendo desde ahí arriba, Ciro. Lo sé.

Lo rodeé con los brazos, sintiendo que entre nosotros creábamos una paz que no podía igualarse a ninguna otra. Porque era nuestra paz. Me dio un beso en la cabeza y supe, por ese único gesto, que estaba acordándose de la muerte de sus padres. No dije nada. Le ofrecería mi silencio para cuando quisiera pensar, mis oídos para cuando quisiera hablar y mi amor para cuando quisiera consuelo.

El viernes por la mañana terminamos de preparar el equipaje. En principio volveríamos el domingo por la noche, aunque quizás alargábamos el viaje para visitar un poco el país. No supe que Neus había alquilado un avión privado para que viajásemos a Turquía hasta que nos encaminamos hacia una zona apartada de la pista de despegue.

Algunos de los amigos de la novia ya estaban allí reunidos, entre ellos Nil. Lo saludamos con la mano, pues estaba inmerso en una llamada de teléfono y por cómo contorsionaba el rostro parecía hablar con su madre.

Ciro me presentó a sus conocidos y me dio la mano mientras hablábamos con ellos. Intenté relajar la tensión que se había instalado en mis músculos al ser consciente de que ya no volvería a ser la desconocida de antes. Me estaba convirtiendo en la mujer a la que todos seguían con la mirada. Realmente daba pánico ser el centro de atención.

Le rogué a Ciro que nos sentáramos en un sitio más apartado una vez subimos al avión. Escogió una mesa para cuatro que estaba en una esquina. Si pronunciar una palabra, Nil se sentó frente a nosotros y sacó el ordenador.

—Pensaba que vendrías con alguien —mencionó Ciro en su dirección.

—Paso —contestó sin levantar la vista de la pantalla—. Prefiero ser el soltero que ligue en la boda.

Ciro se rio por su comentario. Al parecer, tenía fama de mujeriego.

El vuelo duró casi cinco horas. Conseguí descansar un poco junto a la ventana mientras escuchaba música. No me había vestido elegante en absoluto. Llevaba unos vaqueros y una blusa sencilla. Estaba escondida en el rincón con la esperanza de pasar desapercibida si alguien se acercaba a hablar con Ciro.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora