Capítulo 70 | Deseos prohibidos

30 2 0
                                    

Mireia

Hay cierta atracción en lo prohibido que el ser humano es incapaz de ignorar. Por naturaleza, al menos; no por voluntad. Desde que empecé a estudiar más a fondo a Séneca me di cuenta de que sus pensamientos no eran sólo filosofía, eran verdad.

Sin embargo, el problema de la verdad es que preferimos verla vestida como una mentira antes que desnuda, pura, tal y como en realidad es. Quizás porque nos da miedo enfrentarla y es mejor no darnos cuenta de que está ahí, frente a nuestros ojos.

Luego de que Nil y yo pasáramos todo el día entre series de televisión en su portátil, él me pidió que preparáramos juntos algo para la cena con la excusa de que le enseñara a cocinar.

Las últimas doce horas las habíamos compartido en absoluta armonía, como si nos conociéramos de toda la vida. Nos habíamos reído, habíamos comentado las escenas y las tramas e incluso habíamos llorado con la muerte de uno de nuestros personajes favoritos (bueno, a él sólo se le pusieron los ojos brillosos; yo lloré a moco tendido por los dos).

Había vuelto a sentirme como aquel día en el ático en el que pasamos buenos ratos. Nil se había comportado desde esa mañana y me sentía muy a gusto con él. Aunque para mí infortunio, tenía la verdad frente a mis ojos y prefería hacer como si no existiera o como si no fuera más que algo banal que ves a diario y no le das importancia.

—Esta mañana he aprovechado y he traído provisiones. Tenemos queso, por fin —mencionó ilusionado. Me reí al oírlo—. Echa un vistazo. ¿Qué idea se te ocurre?

Abrí el pequeño frigorífico y me agaché para inspeccionar su contenido. Madre mía. Parece que acabara de venir del supermercado. Había un poco de todo. Viendo los ingredientes de los que disponíamos le propuse preparar unas pizzas.

—No tenemos horno, ¿sabes?

—No hace falta. Se pueden hacer en la sartén.

Nil frunció el ceño. Asentí varias veces y empecé a sacar lo necesario.

—¿Sueles prepararlas así?

—Cuando tenía tiempo sí. El horno gasta mucha luz y en mi casa tenía gas, que es más barato.

—Tú podrías estar en la NASA —me halagó, a lo que yo me reí de nuevo—. No estoy de coña, en mi vida he escuchado eso. De toda la vida la pizza se hornea...

—Bienvenido al futuro, Nil.

Preparamos todos los ingredientes en la encimera y le pedí que disolviera la porción de levadura fresca con el agua tibia. La echó entera y esperó.

—Esto va lento —comentó vigilando cómo se empezaba a teñir el agua de un color arena.

—Es mejor romperla un poco.

Con ayuda de una cuchara removió la mezcla. Añadimos el aceite, la sal y luego poco a poco la harina. Cuando se empezó a poner la masa más dura, le dije que era mejor hacerlo a mano. Le expliqué cómo hacerlo. Me unté las manos con un poco de harina y amasé un poco para mostrárselo.

—¿Cómo has aprendido todo esto?

Me encogí de hombros.

—Cuando era pequeña veía a mi madre hacerlo, pero aprendí por mí misma.

—Ah..., ¿así que no fuiste a clases de cocina para tontos?

Solté una carcajada. Nil se había pasado el día haciéndome reír y no me paré siquiera a cuestionarme el por qué. Solamente disfruté con ello, olvidándome de todo lo que había pasado con anterioridad con él y con la mafia.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora