Capítulo 30 | El precio de una mentira

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Ciro

Nunca había sentido tanto pánico. Ver que iban a causarle daño a alguien a quien quería delante de mis propias narices me produjo una sensación vertiginosa en el estómago. Salía del centro con el teléfono en la mano a punto de realizar una llamada y busqué con la mirada a la chica por la que me latía el corazón.

La divisé sentada en un banco bajo un árbol del parque y enseguida advertí que alguien se le estaba acercando por detrás. No alguien cualquiera, sino un miembro de La Careta. La máscara de la calavera catrina era su seña de identidad, sin importar quién se ocultase tras ella. Corrí sin pensarlo y llegué justo a tiempo para apartarlo de ella. En mi carrera, me había percatado de que sacaba del bolsillo una jeringuilla, dispuesto a inyectársela.

Iban a secuestrarla.

Una furia abrasadora me corroyó de la cabeza a los pies. Cogí a Mireia del brazo y le ordené que corriera. Le arranqué la careta al tipo para descubrir de quién se trataba. No lo conocía, pero sería hombre muerto. Eché a correr con Mireia de la mano. No pensaba soltarla, ni dejarla atrás. Hasta que escuché el inconfundible clac del seguro de un arma.

Giré sobre los talones, colocándome tras ella para protegerla con mi cuerpo. La bala impactó en mi brazo derecho. Dos tipos corrían hacia nosotros unos cien metros por detrás, pero el que había disparado era el que estaba tirado detrás del banco. Tendría que haberle dado más fuerte.

Saqué la llave del coche y se la tendí. No iba a poder conducir así. Mireia se subió y se quedó un poco parada, así que supuse que no tenía el carné. Al principio tuve que ayudarla un poco, pero lo hizo muy bien. Los despistamos en la autovía y luego fuimos al apartamento de Nil.

Para cuando llegué no había perdido demasiada sangre, sin embargo, estaba mareado. Fue todo a la vez. El disparo, Mireia, mis padres. Mireia no dejó de repetirme que tenía que ir a un hospital y eso trajo malos recuerdos. Las sensaciones físicas pueden ser jodidas, pero las psicológicas son aún peores. Nada que decir de la mezcla de ambas... Porque esa es la perdición de cualquiera.

Caí sin fuerzas al sofá de Nil mientras la habitación me daba vueltas. Mireia me habló, mas no llegué a entenderla. Estar quieto me ayudó a recuperarme un poco. El mareo cesó y las cosas se volvieron nítidas.

—Dime algo, Ciro. Por favor —suplicó. Su aliento rozaba mi oreja.

—Sobreviviré. —La voz apenas me salía, aún me faltaban fuerzas, pero ninguna ley del universo me impidió girarme un poco y besarle la mejilla como consuelo. Sabía lo asustada que estaba y quería que supiera que, fuera como fuera, todo iba a salir bien.

Desperté un rato después. Nil había conseguido que la herida dejara de sangrar. A veces, aún me sorprendía en ciertas cosas. Yo hubiese presionado la herida sin saber muy bien qué cojones más hacer y hubiese llamado al doctor de La Cabòria. El viejo Marcial estaba prejubilado, pero para la vida de lujo y yates que quería llevarse no le era suficiente con la pensión que le había quedado de médico.

Inevitablemente, reflexioné en que ir hasta el centro para reunirme con ella y su madre había sido una idea terrible. Cualquiera podría habernos visto al salir y nos hubiese relacionado enseguida. No obstante, no quise ni imaginar qué podría haber pasado de no haber tomado esa decisión. La habían seguido y habían ido a por ella. ¿El motivo? No lo sabía con certeza.

Lo que sí sabía es que ella no estaba a salvo como yo pensaba. Las peores cosas se cuecen en secreto. Podrían haberla usado en nuestra contra o también en contra de Sara, su madre. Quizás aún debía dinero. La verdad era que, fuera lo que fuera, había sacado a la luz nuestra relación y ya no había vuelta atrás.

Primero Nil y luego yo. Ya nadie podría justificar que Mireia no tenía nada que ver con nosotros. Las mentiras sólo funcionan una vez. Después pierden valor, se desnudan y lo único que queda es la verdad. Mireia era mi amante. Mi debilidad.

Ya no podíamos negarlo.

Mireia estaba fuera hablando por teléfono con su amiga Sole para decirle que se pasara por su casa y le preparase ropa. Eros ya se encargaría de recoger la maleta y dársela a Mateo, que era el que iba a venir a recogerme. Le dije a Mireia que no pasaba nada con que le dijese parte de la verdad a Sole, al fin y al cabo, ya se sabía todo y yo había tomado una decisión. Faltaba que ella también decidiese, pero eso ya lo veríamos más adelante. No era el momento adecuado.

Busqué a Nil para tener una conversación privada antes de que Mireia colgase. Estaba en la cocina preparándole una infusión de manzanilla. Aún seguía un poco alterada por todo lo que había ocurrido en un momento.

—Voy a pedirle matrimonio.

Se lo solté sin anestesia alguna. Estaba sacando del microondas el agua hirviendo y se le volcó un poco, quemándole la mano. Maldijo por lo bajo. Dejó la taza en la encimera de mala gana y abrió el grifo a tope con agua fría poniendo la mano dolorida bajo el chorro.

—¿Puedes repetir eso que has dicho? —demandó sin dar crédito—. ¿Que le vas a pedir matrimonio?

—Sí, Nil. Ya lo he decidido. —Me rasqué la ceja, un poco nervioso—. No lo tenía en mis planes, pero desde que la conocí todo ha cambiado. La quiero, no hay nada que me haría más feliz en el mundo que verla a ella sonreír todos los días.

Nil sonrió casi burlándose un poco de mí. No solía hablar así de cursi.

—Quizás es precipitado, sólo hace unos meses que nos conocemos, pero es una salida. Ya lo saben todos y no puedo ocultarla más. Si nos casamos, todos sabrán que es intocable. Será mi mujer y quien se atreva a ponerle una mano encima sabrá de sobra que su próxima parada será la muerte.

—Vale —contestó asintiendo—. Aunque la última palabra siempre va a ser la suya. Es un paso muy grande. ¿Qué pasará si ella no quiere?

—En tal caso, ya pensaremos en algo. Lo que es seguro es que tendremos que alejarnos para siempre. Contacto cero. Cada uno seguirá su vida. Si no, nada de lo que hagamos valdrá la pena.

Frunció los labios y se volteó hacia la encimera. Metió el sobre de manzanilla en la taza.

—Nil, necesito que la mantengas a salvo mientras soluciono esto. No sé por qué han intentado secuestrarla. Puede que su madre deba más dinero del que nos dijo o puede que sea para vengarse de ti —expuse mis hipótesis—. Lo que es seguro es que van a intuir que ella seguía bajo nuestra protección por mí. No hay ninguna casualidad en que estuviésemos en el mismo sitio.

Nil se dio la vuelta para afirmar. Le puse las manos en los hombros y lo miré a los ojos.

—Eres mi hermano, mi mejor amigo y mi más leal compañero. Cuida de ella.

—Te prometí que cuidaríamos de ella. No pienso faltar a mi palabra.

Le di una palmada en el hombro y estrechamos un abrazo.

Me despedí de Mireia un rato después, cuando Mateo llegó. Tuvimos una pequeña charla los tres sobre lo que estaba sucediendo y luego nos fuimos para reunirnos con el equipo. Cuando me monté en el coche, pude hacerme una idea de lo que había sido para ella tener que conducir por toda la ciudad conmigo herido de bala y el volante manchado por mi sangre.

Cumpliría todas mis promesas. De eso que no quedara ni la menor duda.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora