Capítulo 51 | Azul

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Mireia

La mañana previa a la boda Ciro y yo nos habíamos acercado al cementerio a ver la tumba de sus padres. Nunca me había llevado hasta allí y, en un día tan especial como ese, sentía las entrañas encogerse ante la solemnidad del momento.

Las calles del camposanto parecían laberintos donde podías extraviarte entre la vida y la muerte. Las paredes se alzaban a ambos lados de la calle por la que estábamos pasando y, en ellas, filas y filas de nichos formaban una cuadrícula perfecta. Se me erizó la piel.

Ciro se detuvo frente a una lápida y colocó las flores que había comprado esa misma mañana. Los dos descansaban en el mismo nicho. Hasta entonces no había visto ninguna foto de sus padres. Estaban los dos juntos, abrazados y sonrientes. Ciro se parecía mucho a ellos. Su pelo era tan dorado como el de su madre, por no hablar de que el rostro de su padre y el suyo eran una calcomanía.

En el mármol estaba inscrito:

BRUNO GALERA PUIG Y MARTA CORTÉS FERRER
✝ 16 de junio 2008 a los 41 y 37 años
Siempre en nuestros corazones

El brazo de Ciro me rodeó la cintura y me atrajo hacia sí. Lo abracé de lado, dejando caer la cabeza en su pecho.

—Creo que nunca voy a poder superarlo del todo. Ese día murió una parte de mí con ellos.

—La muerte nunca se supera del todo, Ciro. Perder a alguien y más de ese modo... —divagué sin saber cómo terminar la frase. Lo más parecido que había sentido a la pérdida había sido el abandono de mi padre.

Suspiró, abatido.

—Dos años después del accidente la policía encontró una pista que pudo llevarlos hasta el responsable, una cámara captó una parte de la matrícula del coche, pero no era suficiente para incriminar a nadie. Ese día me hice una promesa: si algún día daba con ese asesino, no dudaría en matarlo y enviarlo al Infierno.

Apreté nuestro abrazo y le susurré:

—Sea quien sea el culpable, merece pagar por todo el daño que ha causado.

Tras unos minutos de silencio, me llevó por las solitarias calles del cementerio hasta el lugar donde se encontraba el nicho de su abuela. En él colocó el resto de las flores y dejó un pequeño beso sobre la piedra.

VEGA FERRER MARTÍNEZ
✧ 21 de septiembre 1948         ✝ 09 de octubre de 2013
Fuiste un rayo de luz. Te ama, tu nieto

—Algún día te contaré los cinco años que le hice pasar... —pronunció con la voz abatida—. Ella fue la que me despertó, la que me hizo ver la luz donde ya sólo quedaban sombras. El problema es que me di cuenta tarde, porque para entonces ella ya no podía verme.

El rostro de Ciro se volvió muy triste de repente. Una lágrima se deslizó por su pómulo hasta desaparecer bajo el mentón. Buscó mi mano y le dio un apretón antes de marcharnos de allí.


El Mercedes de Ciro sólo tenía dos plazas, por lo que no fui con él a recoger a mi madre del centro y nuestros caminos se dividieron hasta encontrarnos más tarde en el altar. Lucía y Sole me acompañaron a la peluquería y luego fuimos en el diminuto coche a por mi madre. Había optado por un pequeño recogido trenzado que dejaba la mayor parte de mi cabello suelto.

Mi mejor amiga me había traído un broche dorado con perlas blancas y relucientes.

—Algo prestado —me dijo sonriendo.

Le di las gracias mientras el peluquero me lo acomodaba justo donde colocaríamos el velo unas horas después. Me dejó un espejo para verme por detrás. Era perfecto. El maquillaje fue sencillo, apenas unas sombras de ojos en colores rosados y pardos y delineador de lápiz marrón clarito. Los nervios me hicieron que olvidara la hora de comer... Ay, Dios mío, que iba a casarme.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora