Ciro
Había pasado una semana. Una puta semana. No había sabido nada de ella desde que me fui de su piso, a pesar de que le dije claramente que me mantuviera informado. Había reprimido todo lo posible las ganas de ir hasta allí. Lo que había ocurrido con su madre me tenía muy inquieto. Había intentado averiguar junto a Nil quién cojones le vendía la droga, pero no había dado con nada.
La última reunión con Víctor había fracasado, en todos los sentidos. Se había negado a proseguir con la alianza, saltándose los acuerdos y toda la mierda. Pero sabía lo que pasaría si hacía eso y había ido preparado. Debería haberlo visto venir. Habían llovido balas en la maldita sala de reuniones y había escapado.
Lo tenía en busca y captura, vivo o muerto. No sabía con quién se estaba metiendo si esperaba irse de rositas. Romper un acuerdo significaba la muerte. Siempre había sido así.
Me había pasado frenético toda la tarde sólo de pensar que Víctor andaba suelto y yo no tenía noticias de ella, así que decidí hacer una locura. No lo soportaba más. Sabía que no debería de estar así por una chica con la que sólo había pasado unos días, sin embargo, sabía perfectamente que ella no era sólo una chica con la que había pasado unos días.
Me importaba.
La llamé al teléfono no rastreable a eso de las siete. Tardó en cogerlo, la llamada casi se corta cuando descolgó el auricular.
—¿Ocurre algo?
Había anhelado su voz. Casi me despisté de mi objetivo.
—Mireia, un taxi va a ir a recogerte a las ocho y media y te dejará en la equis —le comuniqué con toda la tranquilidad que pude porque tranquilo era lo que menos me sentía—. ¿Recuerdas el lugar?
—Sí —respondió nerviosa.
—Allí nos vemos.
No esperé a que preguntara para qué la quería, si pasaba algo, nada. Colgué. Le pedí un taxi y le ordené que la dejara justo al lado de los ascensores porque era el lugar más seguro que conocía. La voz de la taxista me calmó un poco cuando aceptó. Le dije además que la volvería a llamar esa noche para recogerla en el mismo sitio.
La verdad es que era una locura en toda regla. La había citado para poder hablar y decirle que las cosas iban a cambiar a partir de ahora. Mientras siguiera en posible peligro iba a hacer todo lo que le dijera. Porque si no lo hacía tenía claro que acabaría por volverme majara.
A las nueve menos veinte entré en el parking y bajé hasta la planta -3, que era de la que teníamos las cámaras pinchadas y repetían las mismas grabaciones de una semana tipo. Había aparcado el coche no demasiado cerca de los ascensores, pero sí lo suficiente como para que ella me viera. La esperé fuera, apoyado en la puerta con los brazos cruzados.
Eran casi las nueve cuando las puertas se abrieron y Mireia apareció. Las pulsaciones se me dispararon y me maldije por ello, porque de no ser así las cosas serían muy diferentes. No pasé por alto que vestía unos pantalones cortos de talle alto en color crema y una camiseta blanca ceñida. Un bolso azulado colgaba de su hombro. Sus largas piernas me trajeron un fugaz recuerdo de esa noche.
Me aclaré la garganta en cuanto estuvo cerca.
—Te dije que me mantuvieras informado y no he sabido nada de ti desde hace más de una semana. ¿A qué coño juegas? Esto es serio.
La observé sin moverme.
—¿Quieres dejar de repetirme eso? Ya sé que es serio, soy yo quien está en el peor sitio —me espetó mientras se quedaba a una distancia prudencial—. Me dijiste que a la mínima te llamara, pero no ha pasado nada.
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El lobo de la mafia
RomanceMireia no soporta las drogas, ni el alcohol, no desde que su padre las abandonó y su madre se volvió drogadicta. Ella se ha visto obligada a llevar su casa para adelante mientras estudia en la universidad. Ciro es el cabecilla de una de las mafias m...