Nil
Sentí que todo latía embravecido a mi alrededor. Ninguno de los dos se hallaba cerca de Mireia cuando sonó el disparo. Desde mi lugar pude ver que habían disparado a su madre. Antes de poder procesarlo, Mateo me dio su pistola. Corrí hacía ellas mientras la gente huía de la celebración e incluso así parecía no ser suficiente.
La sangre había manchado el vestido de novia y la escena se veía demasiado terrorífica. El corazón se aceleró aún más cuando Mireia le gritó a Ciro que hiciese algo.
—¡Llévatela! ¡Ahora! —me suplicó mi mejor amigo cuando nuestras miradas se encontraron.
Cogí a Mireia por los brazos para ayudarla a levantarse, pero no quería irse.
—¡No! —chilló ella entonces—. ¡No puedo dejarla! ¡Es mi madre!
—¡Joder, Nil! —me instó Ciro.
Me olvidé de todo y tiré de ella hasta que se puso en pie. Compartimos una mirada cargada de desesperación. Yo porque quería ponerla a salvo y ella por su madre. La obligué a correr por la terraza rezando para que no se tropezase en la huida. No solté su mano hasta llegar al coche. Miré hacia todas partes en la carrera, pensando en que dispararía a cualquiera que se interpusiera en nuestro camino.
Abrí el Bentley de mi padre y la empujé para que entrara.
—No puedo, Nil, no puedo irme —me rogó entre sollozos—. Es mi madre...
No flaqueé. Su vida corría peligro y tenía que ponerla a salvo.
—Mireia, tenemos que irnos ya. Súbete.
La metí dentro del coche a la fuerza y puse el seguro para que no saliera. Pasé al otro lado deslizándome por encima del capó y arranqué el vehículo. Derrapé sobre el empedrado en el primer acelerón, dejando allí a Ciro y a la madre de Mireia herida. Pensar en el tiroteo me hacía pensar en mi padre, en cómo murió. No quería que ella pasase por lo mismo, mucho menos siendo culpa nuestra.
Conduje sin descanso hasta Villa Alfaro. No aparté la mirada de la carretera. En mi mente se reprodujo de nuevo la interrupción y el disparo. No lo había visto venir. Quizás porque nada de eso tenía que pasar. Habíamos dispuesto seguridad en cada puta esquina. ¿Cómo habían logrado entrar?
Ella no dejó de gimotear en todo el trayecto y yo no dejé de darle vueltas a lo ocurrido. Habíamos bajado la guardia lo suficiente para que ellos entraran.
Cuando llegamos, Mireia estaba encogida en el asiento. Se había tapado la cara con los brazos y la había enterrado entre sus rodillas. No se movió al detener el motor, por lo que me apeé y di la vuelta para ayudarla. Abrí la puerta y me agaché a su lado.
—Vamos, Mireia.
De su garganta salió un sollozo.
—Tenemos que volver, no puedo dejarla allí...
Le cogí el brazo para que se incorporara.
—Vamos. Ciro estará con ella.
—No, Nil... No puedo...
Estaba tan débil que se dejó llevar. No paró de decirme que tenía que volver, pero al subir las escaleras hasta el primer piso empezó a gritar.
—¡Por favor, tengo que volver! ¡Me necesita!
No aflojé mi agarre. Una vez en la primera planta, se abrió la puerta del dormitorio de mi madre.
—¿Qué ha pasado? —demandó elevando el tono. Antes de terminar la frase su voz se apagó. La miró asustada al verla vestida de novia y manchada de sangre.
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El lobo de la mafia
Roman d'amourMireia no soporta las drogas, ni el alcohol, no desde que su padre las abandonó y su madre se volvió drogadicta. Ella se ha visto obligada a llevar su casa para adelante mientras estudia en la universidad. Ciro es el cabecilla de una de las mafias m...