Capítulo 4 | Dos caras de la misma moneda

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Hicimos el camino de regreso en un completo silencio. Sacó las bolsas del maletero y lo ayudé a colocar la compra. Nada más terminar fui al sofá a acurrucarme en el rincón. Miles de pensamientos sobrevolaban mi cabecita y no me dejaban apenas razonar. Sin embargo, de todos ellos había uno que me dejaba descolocada.

Ciro se fue a buscar leña y me dejó encerrada dentro de la casa. En algún momento, entre tanto aburrimiento y esas ideas que circulaban a gran velocidad en mi mente, me quedé dormida.

Entre sueños, alguien me arropó con una manta, se agachó junto a mí y musitó:

—Descansa.

Estaría segura de que lo había soñado de no ser por lo que me había confesado horas antes.

¿Por qué se preocupaba por mí de esa manera? No lo entendía, era como si tuviera dos personalidades distintas, como si pudiera ser un criminal y al mismo tiempo un ángel. Estaba cansada por lo poco que dormí la noche anterior. Sólo abrí los ojos una chispa y pude encontrarme con su rostro frente a mí. Me observaba con cierto brillo en la mirada.

No obstante, volví a caer rendida.

Me desperté allá por las seis con una pesadilla. Había vuelto a esa bañera, apenas en el último aliento alguien me había sacado y había podido despertar, pero estuve un buen rato recomponiéndome del mal trago. Esa sensación de asfixie no desaparecía, era como estar ahogándome continuamente.

Vi a Ciro aparecer del dormitorio con un portátil. Abrió una puertecilla del techo y desplegó unas escaleras.

—Estaré arriba. Si me necesitas, que sea por algo urgente.

Me quedé observándolo y, como no respondí, al final subió tras darme una última mirada inescrutable.

Aproveché que me quedaba sola para llamar a Sole. Tal como había dicho Nil, su número y el de mi madre estaban grabados en los contactos. Además, había dos teléfonos más bajo los nombres de Ciro y Nil. Hasta hacía unas horas hubiera sido capaz de llamar a Nil y que me sacara de allí, pero después de lo que había ocurrido en ese callejón había desusado todas esas ideas.

Sole contestó al cuarto tono.

—¿Sí? ¿Con quién hablo?

—Con tu mejor amiga. Soy yo, Mireia.

—¡Mireia! —chilló tanto que tuve que apartarme el teléfono de la oreja—. No sabía nada de ti desde que nos separamos. ¿Dónde estás? ¿Estás bien?

—Sí, tranquila. Estoy a salvo.

—¿Estás con Nil? Eros me contó que teníais que desaparecer un tiempo.

Tardé en recordar quién era Eros.

—No... Estoy con el otro. Ciro.

—¿El buenorro*?

—No lo llames así. Es un criminal.

—Un criminal buenorro.

Puse los ojos en blanco a pesar de que no podía verme. ¿Qué pasaría si Ciro escuchaba eso? ¡Podían haberme pinchado el teléfono! Insté a Sole a callar mientras me debatía entre preguntarle o no por mi madre.

—¿Te ha llamado mi madre o algo?

—No.

Se notó mi decepción al escapárseme un «oh...». No es que mi madre fuera a preocuparse de mí a esas alturas, pero ser consciente de que no volvería en a saber cuánto tiempo y que ella no estuviera preocupada me dolía en gran manera.

—Tranquila, sabe que cuando discutes con ella vienes a mi casa. Pensará eso.

—Soy una mala hija... Imagínate que me hubiese pasado algo grave y ella se piense eso.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora