Capítulo 62 | Contratiempos

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Nil

Las cosas se estaban torciendo demasiado. Primero, Mireia quería entrar en la mafia y, ahora, Ciro descubría que teníamos una aventura. Para colmo de males, en su interrogatorio habíamos desvelado que empezó en la cabaña.

Conocía a Ciro desde hacía más de cinco años y sabía de sobra que había sumado dos más dos. Deduciría que, en ese momento, yo ya sabía que él iba a pedirle matrimonio, pero ella no. Y la había besado, contra todo pronóstico.

Lo peor es que desde que me fui del ático no había tenido ocasión de hablar con él. Ni siquiera en la reunión de esa misma noche. Ciro me vio y pasó sin inmutar la expresión de su cara. A pesar de ser mejores amigos, sabía que aquello no le gustaba un pelo. Así como yo le conocía, él me conocía a mí. Sabía que era un mujeriego, que iba de flor en flor y cuando me cansaba de una iba a por la siguiente.

Pensaría que Mireia sólo era un capricho más. Una tentación prohibida.

No hacía falta darle demasiadas vueltas. Había admitido que la había presionado. Y en cierto sentido había sido así. Desde la noche en que nos enrollamos en Luminarias, no había sentido nada más hacia ella hasta que tuvimos que convivir en el ático. Creo que esa cercanía y lo bien que parecíamos congeniar me nublaron el juicio por un instante.

El problema es que después ya no pude contenerme. El deseo vivo que sentí esa noche cuando nos besamos en medio de la fiesta resurgió al besarla en el río y no intenté apagarlo. Es más, lo avivé poniéndola al límite hasta que ella también pudo sentirlo otra vez. Pero Ciro estaba ahí y yo lo sabía. Sabía que lo suyo iba en serio y sabía que ella le diría que sí a su propuesta de matrimonio.

No obstante, el incendio ya se había vuelto incontrolable. Costaba extinguirlo, a pesar de todo. No podía soportar la idea de que se alejara de mí, de que me tratara como el amigo de Ciro y se mostrara indiferente ante mi presencia cuando los dos sabíamos que había algo más. Pero fui demasiado lejos y acabé por asustarla.

Después, las cosas parecieron serenarse y, de la calma, Mireia me besó y me confesó que era real. Sin embargo, estaba segura de lo que sentía por Ciro y yo no podía meterme en medio como había estado haciendo todo ese tiempo. Tenía razón, claro que la tenía.

Los dos tenían razón. «Lo has jodido todo».

¿Cómo cojones le explicaría a Ciro todo aquello y saldría indemne? Tarde o temprano llegaría el momento y yo sentía que todo se venía abajo.


El viernes tuvimos reunión y zanjamos el tema de la alianza internacional. Sabía tan bien como Ciro que eso podría sacarnos del agujero de mierda en que yo nos había metido a todos. Pero no nos bastaría con una alianza cualquiera; necesitábamos una mafia importante.

Al día siguiente tendría lugar el cuarto envío y con todo lo que había pasado no había podido supervisar los preparativos con los comissionats. La ruta se volvía cada vez más jodida, aunque por suerte el Ciber había interceptado algunas de las frecuencias de la policía y podíamos modificar la ruta para evitar controles en la carretera. Cerca de la frontera teníamos algunos contactos que nos dejaban vía libre, aunque eso no disminuía el riesgo.

La ruta tenía un doble cargamento: primero llevábamos la materia prima al laboratorio de la fábrica de Girona y luego desde allí cambiábamos la carga por el producto final para entregárselo a los franceses. De supervisar esa parte se encargaba el comissionat a cargo del envío, Miguel, y otros responsables de La Cabòria que trabajaban allí.

Miguel tenía el semblante serio y no parecía tan nervioso como yo mientras revisaba el camión antes de partir hacia Girona. Confiaba en él de verdad. Había logrado mantener a flote la banda después de la muerte de mi padre. La mafia se había convertido en su vida y luchaba por aquello que tenía, aunque fuera yo quien estaba a la cabeza.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora