Mireia
A menudo, nos damos cuenta tarde de que hemos tomado un mal camino, de que hemos hecho daño a las personas que queremos, de que hemos cometido un error garrafal al confiar en los demás... Sin embargo y como bien dijo Séneca, hay cosas que para saberlas no basta con haberlas aprendido.
Nil y yo volvimos a encontrarnos cuando saqué la comida a la mesa de fuera. Estaba terminando de fumarse otro cigarro y por la cara de malas pulgas que tenía preferí no decir nada. Apagó el cigarrillo en el cenicero y se sentó en silencio a comer.
Fue muy incómodo compartir espacio con él de esa forma. Así que agradecí cuando, después de la comida, zanjó el tema:
—No quiero volver a tener más esa conversación. Sólo espero que tengas algo de compasión. Y ahora, si no es demasiado para ti, deberías aprender a disparar.
—Vale. ¿Dónde? ¿Aquí mismo?
Asintió y sacó de la cabaña una pistola con lo que parecía un silenciador delante del cañón. Cerró la puerta y me guio por la parte de atrás de la casa en dirección a la montaña. Estábamos entre árboles, no demasiado lejos de la cabaña.
—No hará ruido, ¿vale? Cógela y separa un poco los pies.
Hice lo que me dijo y levanté el arma como para disparar. Me explicó dónde había que quitarle el seguro. Luego, me animó a apuntar hacia los troncos que había delante nuestro con la esperanza de que acertara en alguno. Cerré los ojos cuando apreté el gatillo y una bala se camufló entre el viento con un sonido amortiguado.
No le di, pero una electricidad asfixiante me invadió.
—Tensa los brazos y apunta a tu objetivo.
—No sé cómo hacerlo —le confesé, abrumada por la sensación de haber disparado.
—Espera.
Se colocó a mi espalda y puso sus manos sobre las mías. Su cuerpo estaba tan próximo al mío que me puse en alerta de inmediato.
—Tendremos que compartir espacio en más de una ocasión —me dijo a modo de consuelo. Evité moverme, de hecho, creo que me tensé demasiado para no hacerlo porque mi siguiente disparo pasó rozando la corteza del árbol—. Casi. Mira por aquí —articuló mientras me movía un poco la cabeza para que viera lo que él—. Esa es la trayectoria que seguirá tu bala.
Volví a disparar, pero ocurrió lo mismo. Tras tres o cuatro explicaciones más y un par de disparos a la nada, conseguí acertar casi en el blanco ya cuando atardecía.
—¡Sí! —grité emocionada.
—Perfecto. Podrás mejorar tu tiro más adelante, no quisiera quedarme sin balas —se excusó, pero lo noté un tanto nervioso—. ¿Volvemos?
Asentí.
—Mañana quería que fuéramos de excursión para distraernos. No viene nadie por esta zona, así que es un buen plan para no estar todo el día encerrados. ¿Te parece bien?
—¿Tu idea de excursión tiene que ver con un río?
—Prometo que no haré nada en contra de tu voluntad, ¿sí?
—Vale —acepté a regañadientes. La verdad es que no me apetecía nada volver a pasar un día con él entre cuatro paredes.
Hicimos una barbacoa para cenar y preparamos los bocadillos del día siguiente. Nos lo pasamos bien haciendo algo juntos sin pelear ni estar en tensión. Fue relajante, pero cuando llegó la hora de dormir y ya no había nada para distraerme no paré de pensar en lo que había dicho.
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El lobo de la mafia
RomantizmMireia no soporta las drogas, ni el alcohol, no desde que su padre las abandonó y su madre se volvió drogadicta. Ella se ha visto obligada a llevar su casa para adelante mientras estudia en la universidad. Ciro es el cabecilla de una de las mafias m...