Capítulo 23 | Medidas de contención

60 2 8
                                    

Ciro

Sabía que iba a descubrirse en algún momento y había estado preparándome para ello, pero aun así no parecía suficiente. La Careta había descubierto que la Policía Nacional estaba al acecho en la fábrica del norte, la cual le habíamos vendido un par de meses atrás, y de qué manera...

La estrategia para quitárnoslo de encima había estado bien en un principio, ahora el bumerán regresaba para darnos directamente en la cara. Hasta donde sabíamos cuando la vendimos, la policía tenía algunas fotografías del lugar. Resultó que después habían avanzado a pasos agigantados hasta irrumpir en la nave. La Careta no tenía ni idea, así que la redada había sido gorda.

Por suerte, antes de su venta habíamos incinerado hasta el último rastro de La Cabòria y no nos salpicaría legalmente. Aunque de peores hemos salido, esa fue una liada. Las represalias no iban a tardar en llegar. Qué mejor motivo para declarar la guerra que un ataque del contrincante.

La Careta y Els Brétols eran enemigos acérrimos desde hacía mucho. Antaño las dos bandas se disputaban por el control del contrabando en la ciudad. Después, el secuestro de Nil los condujo a una guerra que perduró hasta la muerte de su padre, el jefe de Els Brétols, hacía unos meses. Ese hecho trajo consigo un silencio abrasador que lentamente volvería a estallar.

Con el ascenso de Nil, la enemistad estaba más que servida. Y, dado que era mi mayor aliado y mi mejor amigo, era mi deber respaldarlo. Jamás habían tenido motivos directos contra La Cabòria, no obstante, desde la anexión de Els Brétols la cuerda no había dejado de tensarse. Por mi parte, nunca había tenido miedo de entrar en conflictos, aunque prefería evitarlos. Cuantos menos escándalos, mejor. La discreción es a la mafia como el aceite al motor.

Tras el error que convirtió a Mireia en un blanco, Nil parecía haberse vuelto un hombre más centrado, pero seguía arrastrando los recuerdos del pasado. La muerte de su padre había acrecentado su sed de venganza y eso ya provocó que tuviese que pagar un precio elevado. A pesar de que fue sencillo deshacerse de una fábrica que posiblemente tuviera que cerrar, en nada tendríamos que vérnoslas con La Careta.

Cuando los problemas no vienen al inicio, vienen al final; pero en este mundo siempre los hay.

El problema principal de toda esta mierda radicaba en ese miedo febril que había comenzado a instalarse bajo mi piel. Me aterraba la posibilidad de que alguien le pusiera una mano encima a Mireia. Desde su implicación como supuesta amante de Nil hasta la deuda de su madre, por no hablar de su romance secreto conmigo. Se había formado un cúmulo de circunstancias que la haría el objeto de su rabia. Aunque hasta el momento nadie sabía que la hija de la morosa era ella, algo a nuestro favor.

Las cosas entre nosotros habían cambiado muy rápido. Ella se había convertido en una persona imprescindible a la que era imposible mantener lejos sin sentir que el mundo se venía abajo cuando el peligro acechaba. Era la única persona, además de Nil, a la que había podido abrirme y la única con la que quería luchar contra mis demonios. Para qué mentir, estaba tan malditamente enamorado de ella que el simple hecho de pronunciarlo en voz alta me helaba la sangre. Si alguien llegara a saber nuestra discreta relación, las cosas se iban a poner feas de verdad.

Golpeé el viejo tablero de madera que aún conservaba en la oficina cuando vi la noticia de la operación policial en el móvil. Di gracias a que Víctor estuviera bajo tierra porque las fotografías que la policía había difundido eran suyas.

Enfurecido, cogí el coche y salí a toda pastilla.

—Coge el móvil, coge el móvil —repetí mientras sonaban los tonos de la llamada.

—¿Has visto lo que ha pasado? —preguntó Nil nada más cogerlo.

—Maldita sea, esto no tenía que pasar.

Hubo un silencio al otro lado.

—No sé qué hubiera sido peor, si nosotros o ellos —respondió entonces.

Resoplé.

—Nos vemos en el ático.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora