Capítulo 79 | Encrucijada

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Mireia

Apenas había pasado una semana, pero las náuseas seguían murmurándome recordatorios de vez en cuando. Esa noche en especial volvieron a hacer acto de presencia e incluso se colaron en mi sueño, atormentándome. Me desperté bañada en sudor como nunca. La pesadilla había sido tan real que mi pulso se había acelerado.

Entonces las pesadillas habían cambiado. Seguían estando protagonizadas por mi padre, pero se habían vuelto más fuertes. Los que dispararon en mi boda aparecían en casa y me disparaban en el vientre por órdenes de mi padre. No sentía dolor físico, lo que sentía era peor. Un vacío, un pozo muy profundo, una pérdida. Era horrible.

Aparté las sábanas con urgencia y me limpié el sudor de la frente, en vano. Cogía el aire a bocanadas, exhausta. Alargué una mano hacía donde dormía Ciro. Al no dar con él, encendí la luz y me volteé para buscarlo. No estaba allí.

—¿Ciro? —lo llamé en un hilo tembloroso de voz.

Todavía tenía los latidos a más de cien, martilleando mi pecho. Avancé con miedo por el pasillo hasta el salón, pasando por el despacho. No había nadie en casa. Cuando volví al dormitorio a por mi móvil, vi que había una pósit en el espejo.

No quería despertarte. He tenido que salir a atender un asunto urgente. No te preocupes, Ciber está vigilando.

CIRO

Aunque algunos días se pasaba un par de horas en la oficina arreglando papeleo y demás, siempre era por la mañana o por la tarde y no en mitad de la noche. Y eso sólo podía significar una cosa: eso tan urgente estaba relacionado con la mafia. Recién habían dado las tres y media de la mañana. Una punzada me atravesó la barriga. Cuando intenté llamar a Ciro a su móvil me saltó el mensaje de que estaba fuera de cobertura.

Maldita sea. Estaba empezando a asustarme. Ya me dijeron que era normal, pero no era ninguna experta en el tema y a la mínima me emparanoiaba con que algo iba mal. Y la imagen que me devolvía el espejo no era la mejor, desde luego. Así que no me lo pensé para llamar a Nil, ya que él estaba al tanto de lo que en verdad me pasaba y por supuesto entendería mejor mi nerviosismo.

Me limpié el sudor de la frente y me di aire con una mano. Era mitad de octubre y el calor todavía era notable en el ático... Me sentía agobiada.

Nil descolgó al poco.

—¿Estás bien?

—No lo sé. Ciro no está... —balbuceé mientras pensaba cómo decirle el motivo de mi llamada a esas horas—. Lo he llamado varias veces, pero no da señal. He vuelto a tener náuseas y no me encuentro bien. No sé si esto es algo normal...

—Cálmate —me susurró al otro lado del teléfono, con la voz somnolienta—. ¿Te sientes mareada?

—Creo que no. ¡¿Cómo quieres que me calme?! —le imperé sulfurada. Eché un vistazo a mi alrededor en busca del mando del aire acondicionado.

—Vale, tranquila.

—Tengo miedo, Nil —susurré, siéndole muy sincera.

—¿Quieres que vaya?

—Sé que es de madrugada, pero...

Se escuchó un ruido en casa de Nil. Al parecer se había tropezado.

—No pasa nada. —Su voz sonó entrecortada, como si estuviese sujetando el móvil con el hombro—. Voy para allá.

La llamada se colgó. Decidí salir mejor al salón y abrir la ventana para que corriera aire fresco. Sentía como si acabara de venir de correr a treinta grados bajo el sol. Puede que no estuviera mareándome, pero estaba atacada de los nervios por la incertidumbre. Sabía que nada tenía por qué ir mal y aun así no podía evitar preocuparme.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora