Capítulo 55 | Luna de miel

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Mireia

Bene qui latuit, bene vixit. Podría traducirse como: «El que vive bien, vive inadvertido». Lo recitó Ovidio, el mismo poeta romano que escribió la frase que Ciro llevaba tatuada en el costado. Una forma irónica de darme cuenta de que, aunque no creyera en los cuentos de princesas, había estado viviendo en uno.

Había vivido todo el tiempo en las sombras. Nadie sabía de mí, por tanto, nadie podía hacerme daño. Lo peor de eso es que también había vivido a ciegas de lo que pasaba ahí afuera, de las cosas que se cocían mientras yo organizaba mi boda y pensaba en que por fin Ciro y yo estábamos viviendo como una pareja normal.

Todo mentira.

Era sólo una ilusión que yo misma había creado y que él, para protegerme, había adoptado.

Habían disparado a mi madre, a mi única familia. Y todo porque yo había estado ignorando que Ciro era de la mafia. Nil era de la mafia. La mayoría de los invitados eran de la mafia. La verdad es que podría haber sido peor. No me habría imaginado que mi vida pudiese cambiar de forma tan radical en un santiamén.

El silencio durante el camino hasta la cabaña y lo que acaba de vivir hicieron que sintiera que un vacío me estaba tragando. Nil tenía razón y no paré de darle vueltas. Aquello estaba condenado a pasar.

Lloré desolada, jurándome a mí misma que ésa sería la última noche que lloraría por haber sido una ingenua. Me aferré a Nil en cuanto sentí sus brazos rodeándome. Quería paz. Quería una paz que no era posible.

—¿Puedes llamar a Ciro? —le pedí en un hilo de voz mientras me apartaba—. Quiero saber cómo está mi madre.

Asintió y marcó su número. Sonaron dos tonos antes de que respondiera.

—¿Estáis allí ya? —Su pregunta sonaba bastante preocupada.

—Sí —contestó Nil enseguida.

—Ciro, ¿cómo está...? —conseguí articular antes de que se me rompiera la voz de nuevo.

—En el hospital. La están operando para extraerle la bala. Se pondrá bien.

Miré hacia otro lado antes de hablar, evitando unas lágrimas.

—¿Estás con ella?

—No pude entrar... Lucía y Sole se han quedado con ella.

No me había acordado en absoluto de su pánico a los hospitales. Vino entonces a mi mente la vez en la que Ciro y yo huimos por toda la ciudad cuando dejamos a mi madre en el centro y le dispararon. Se puso fatal sólo de oírme decir que lo llevaría a un hospital.

Debería haber pensado en ese día en todo momento, tenerlo presente.

—Vale —respondí al cabo de unos segundos.

—Tú estás bien, ¿verdad? —inquirió él, con dulzura.

—Sí. ¿Y tú?

—También. En cuanto termine iré para allá.

Asentí sin decir nada, no me salían las palabras, pero él no pudo verme. No pude evitar preguntarme qué era lo que estaba haciendo, pero tenía clara una cosa: quería saberlo.

—Nos vemos luego —profirió Nil a modo de despedida.

—Hasta luego.

No me despedí, tampoco dije ni mu cuando me alejé y me acurruqué en el sofá. Tomé la manta para cubrirme las piernas, pues empezaba a hacer frío, y me crucé de brazos. Cerré los ojos unos segundos antes de atreverme a decir algo. Sentía que llevaba durmiendo desde hacía semanas y que por fin había despertado, de golpe, en la realidad.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora