Capítulo 46 | Despedida de soltera

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Mireia

El lunes recogimos a mi madre en el coche Bicho Bola y, por ende, antes de ello tuve que decirle a Lucía que ella era drogodependiente y que no se lo había dicho todavía porque no me gustaba tener que contarlo a los demás. Ella me entendió, tal y como lo hizo cuando no le conté lo de Ciro. Es en esos momentos donde uno comprende el valor de una amistad.

En ningún momento me reprochó nada y se lo agradecí enormemente. Durante el trayecto en coche, Sole y yo intentamos otra vez sonsacarle lo que había pasado el viernes. Había desaparecido con Nil un buen rato y no había dicho ni una palabra de ello. Ni había desmentido ni afirmado que se hubiese enrollado con él, todo era un misterio que Sole se moría por saber.

Ella sí que nos confesó que se veía con Eros de vez en cuando y que no nos había dicho nada.

—Ay, pillina. Estabas guardándotelo todo —rechistó Lucía sonriendo.

—¿Y tú, que no quieres decir lo que hiciste con Nil? —contraatacó la otra.

En cuanto aparcó en la puerta, las dejé hablando y fui a por mi madre. Casi me rio yo sola cuando me acordé del día anterior. Ciro y yo habíamos ido a verla, pero olvidé un pequeño detalle y es que nada más verlo exclamó muy contenta:

—Hola, Max. Así que tú eres mi futuro yerno.

Ciro se volteó hacia mí fulminándome con la mirada.

—¿No le has dicho mi nombre? —masculló con disimulo.

Sonreí inocente sin decir nada. El pobre Ciro tuvo que explicarle que Max era sólo un apodo tonto que yo le había puesto... Así que mi madre me echó la bronca a mí como hacía cuando era una niña pequeña y eso me transportó a una época bonita.

Al entrar vi que ella estaba esperándome en el vestíbulo con un bonito vestido floreado bastante veraniego que le llegaba por los tobillos. Al verla así de guapa mi mente volvió años atrás, cuando salía con ella y con mi padre a cenar alguna que otra noche de agosto.

—Te queda genial ese vestido.

Sonreí contenta y ella me devolvió la sonrisa.

Se la veía estupenda, lo cual me alegro muchísimo.

—Mis amigas están afuera —la informé antes de salir—. A Sole ya la conoces, la otra chica es Lucía. ¿Vamos?

Asintió y nos dirigimos hacia el coche. Me subí atrás para que mi madre pudiera ir delante, ya que la parte trasera daba un poco de claustrofobia y quería que estuviese cómoda. Le presenté a Lucía y nos encaminamos hacia la tienda donde me había comprado el vestido de gala magenta. Estuvimos viendo algunos vestidos del escaparate antes de entrar.

—¿Venías con alguna idea? —me preguntó la dependienta—. ¿Corte princesa, imperio, sirena...?

—No, la verdad —me sinceré—. Quiero ver un poco de todo.

—Te sacaré la revista con todos los modelos que tenemos en tienda.

Pasamos eso de media hora viendo multitud de vestidos de toda clase y escogí unos pocos para probarme. Al final, llegué a una conclusión: quería que tuviese algo de encaje, un poco de cola, nada de volantes ni estilos exuberantes o pomposos, por lo que descarté el corte princesa. Para probarme escogí vestidos entallados, que resaltaban la figura de las modelos de las fotos.

Entramos todas en un probador enorme especialmente hecho para trajes de boda y comunión. Mi madre y mis amigas se sentaron en el sofá mientras yo me iba probando vestidos con ayuda de la dependienta. Me veía preciosa con todos ellos, pero los que más me gustaron fueron los de corte recto y sirena.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora