Capítulo 27 | Fugacidad

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Nil

Habían pasado dos semanas desde que estuve con Mireia en el ático de Ciro. No había vivido con una mujer desde los diecisiete años, contando como tal vivir con mis padres hasta entonces. Vamos que nunca había hecho nada semejante. Compartir con ella un espacio, cocinar juntos y ayudarla con el trabajo final había sido algo nuevo e interesante.

A pesar de todo, no sabía por qué la había besado. No había sido mi intención. Ni de lejos. Primero porque no iba a meterme en su relación con Ciro; eso lo tenía claro. Segundo, Ciro era mi mejor amigo y sabía lo enamorado que estaba de ella.

Y si reflexionaba un poco más, a mí no me iban las relaciones de ese tipo. Me gustaba salir de fiesta, conocer gente y pasarlo bien. Nada más. Tal y como había sido nuestro primer encuentro. Intenso, salvaje y efímero.

Conforme me levanté esa mañana y vi que Ciro había dejado su cartera y sus llaves en la entrada me largué. Lo último que quería era esperar a que se despertaran y tener que mirar a la cara a Mireia. No le había sentado nada bien ese arrebato mío y no era para menos. Con lo bien que habíamos congeniado...

Quedaba una escasa semana para el próximo envío a Francia y ya estaba de los nervios. No estaba en mis planes transportar droga por la frontera. Así que la mierda esa me llevaba por el camino de la amargura. Todo eran riesgos, calentamientos de cabeza y tensiones adicionales que no necesitaba en absoluto, pero me lo merecía por gilipollas.

Me fumé el tercer cigarro del día y entré a la reunión. Ciro ya estaba en su asiento giratorio en la punta de la mesa y había uno reservado a su derecha para mí. El resto del equipo ya estaba allí. El ambiente estaba un poco viciado. El tema por tratar era La Careta.

—La semana pasada nos enviaron la respuesta. Fue favorable —resumió Ciro con la mandíbula marcándosele bajo la piel—. Parece que las aguas vuelven a su cauce, pero os pongo sobre aviso a todos: a la mínima tontería no van a dudar en liarla parda. Han encarcelado a trece empleados y a uno de los organizadores. No era interno, pero están procesándolo y puede que los salpique. A pesar de que no tuvimos nada que ver, se la vendimos y ahora que ha salido todo esto estamos en la cuerda floja. La rivalidad es innegable y van a estar atentos a todo lo que hagamos. Pido discreción y responsabilidad.

—Joder... Nos la pueden jugar —apuntó Joan, uno de los peces gordos que trabajaba con Ciro tanto en Grupo Galera como en la mafia.

—Espero que no. Ya les dejé claro que no teníamos ni idea.

—Sí, pero es sospechoso —comunicó lo que todos pensábamos—. Sólo han pasado un par de meses desde que se la vendimos, el tiempo suficiente de que lo montasen todo. Éramos los únicos que sabíamos que tenían esa fábrica allí. Aunque ahora parezca que nos creen, seguirán pensando que les tendimos una trampa. Ciro, esto no nos viene nada bien.

—Lo sé, habrá que ir con más cuidado. Lo que más hacen es vender en la calle, así que es fundamental no salirnos de nuestras zonas —nos dijo a todos, pero a mí me miró de reojo.

Joan suspiró.

—¿Y el plan de expansión? —cuestionó entonces Neus, la encargada de las finanzas. Me había enrollado con ella dos o tres veces.

—Lo pospondremos. Ya lo vamos viendo sobre la marcha. ¿Alguna duda más? —Nadie dijo nada y algunos negaron con la cabeza—. Vale, hasta la próxima. Recordad lo que hemos hablado.

Me quedé observando a algunos que salían, luego me levanté e hice lo mismo. Esperé en la puerta a Ciro, pero vi que Joan le pedía hablar en privado, así que cuando Neus salió decidí seguirla. Fue más como una vocecilla interna. Atravesó el pasillo hasta detenerse frente a la puerta apenas unos segundos. Pasó su huella y accedió.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora