Capítulo 59 | Balas invisibles

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Mireia

In omnia paratus es una frase en latín que siempre me ha dado miedo. Significa «listo para todo», una cosa que yo jamás había logrado sentir. Licenciarme en Humanidades era lo más cercano que había vivido de esa meta. No importaban las dificultades que vinieran, las sortearía todas para lograr mi sueño.

En mi boda, creía que había conocido lo que en realidad era sentirse preparada para todo. Entonces alguien nos apuntó con un arma y esa seguridad se disolvió como la sal en agua. Nada ni nadie te prepara realmente para todo lo que tienes que vivir.

Lo peor es cuando todo eso lo has provocado tú, con tus acciones.

Habíamos dejado atrás el parque natural de Montseny hacía unos veinte minutos y ya estábamos en la periferia de Barcelona. Hubiese sido el momento idóneo de pedirle a Nil que le contásemos a Ciro la verdad, pero estaba demasiado preocupada por mi madre. No entendí lo que me había dicho Ciro y todo me resultó agobiante de repente.

¿Estaba mi madre en peligro? ¿Nos habían atacado por todas sus deudas? ¿Tenía que ver con la mafia de Ciro? No tener una respuesta me mantuvo con una presión en el pecho hasta que el residencial en el que vivía se alzó frente a nosotros.

—Ya hemos llegado —me anunció Nil al verme con la mirada perdida.

Tragué saliva intentando en vano disipar el nudo de mi garganta. Nos apeamos y fuimos andando hacia el portal. Una vez en el ascensor, rompí el silencio.

—¿Crees que mi madre está a salvo? —le lancé la pregunta con la esperanza de que me respondiese algo coherente mientras alcanzábamos la planta superior.

—Por supuesto que sí, pero le han disparado y lo lógico es ponerle seguridad. —Supuse que me vio más alterada de lo normal, porque se aproximó y colocó sus manos sobre mis hombros para infundirme sosiego—. Estate tranquila, ¿vale?

Eso me calmó en cierto sentido y menguó la opresión que me estaba ahogando.

Esperé que Nil abriese la puerta, pero en su lugar llamó al timbre. Mi móvil y mis llaves las tendrían mis amigas, pues se lo dejé todo a ellas durante la boda. Inevitablemente pensé en si estaban bien después de los momentos de pánico que se vivieron esa noche.

Ciro nos abrió la puerta en menos de un minuto. Intenté adivinar si era bueno o malo lo que había encontrado a través de su rostro, mas no hubo nada que me lo revelara. De hecho, su opacidad me transportó a los inicios de nuestra relación, a cuando nos conocimos en ese parking y luego nos fuimos a los Pirineos.

Su papel lo obligaba a mostrarse inexpresivo y circunspecto, pero ¿y ahora?

Cuando pasamos y la puerta se cerró detrás de nosotros, la voz de Ciro sonó más grave y severa de lo que esperaba:

—Voy a intentar mantener la maldita paciencia...

Tanto Nil como yo lo miramos expectantes ante lo que pudiera haber sucedido mientras estábamos en la cabaña al margen de todo. Me di cuenta de que Ciro estaba muy agitado, su pecho subía y bajaba con cierto nerviosismo, pero procuraba mantenerse rígido, tanto que juraría que su mandíbula se partiría de un momento a otro.

Mi preocupación se elevó de nuevo a niveles que ni siquiera había experimentado. Sentí que todo se había roto, que esa armonía no volvería a nuestra vida nunca más.

Entonces, Ciro continuó:

—¿Tenéis idea de lo que habéis hecho? No sólo me habéis traicionado, os habéis puesto un puto cañón en la cabeza.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora