Capítulo 9 | Caprichos

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Ciro

Mireia conseguía que todo mi ser se trastornara. Venir a verme no había sido una buena idea. Estaba claro que ella no tenía ni idea de con quién estaba tratando. Aunque al final la culpa era mía por haber mostrado una parte demasiado sensible sin ni siquiera darme cuenta de que lo hacía. Ahí estaba otra vez. ¿Por qué ella conseguía que mi ser se volviera de barro?

No importaba cuántas veces me lo preguntara. No volvería a verla y punto.

Aparqué el coche frente a una propiedad que había adquirido años atrás. Aparentemente no era más que una enorme granja a las afueras de la ciudad. Bajé las escaleras al sótano, cruzándome con varios empleados. Llegué hasta la sala de reuniones, donde ya todos me esperaban, y me senté en la silla que presidía la mesa.

Nil, de nuevo, no había venido. Estaba harto de que se saltase las reuniones, de que descuidase la banda de su padre, de que hiciese todo cuanto le daba la gana.

—Sin la fábrica del norte nos va a ser más difícil establecer una ruta segura —expresó el líder de una de las bandas afiliadas a la mafia La Cabòria, la que se encargaba especialmente del tráfico norte, cruzando la frontera con Francia.

Víctor había estado realmente susceptible por que hubiese decidido vender esa fábrica a La Careta. Era cierto que había puesto en peligro la ruta que llevaban siguiendo por años, pero no me quedó otra opción. Ya dejé bastante claro que su opinión no era nada si no venía seguida de posibles alternativas, viables o no.

—¿Has pensado acaso una ruta distinta o vas a seguir renegando por la misma mierda de las últimas semanas?

—Ya te lo dije, Ciro, que no hay una ruta más segura que la que teníamos —rechistó reclinándose hacia atrás en la silla—. Ahora, tenemos que transportar los paquetes desde Girona. Es más recorrido, por tanto, más peligro. Me veré obligado a triplicar el cobro de nuestro servicio.

—¿Triplicar? —escupí, entre risas—. Me parece que esta alianza no es tan sólida como a ti te lo parece. No pienso triplicar mis costes cuando cualquier otra banda haría lo mismo por menos.

—Sí, seguro que Nil haría el viaje por las mismas perras —ironizó con altivez—. Por cierto, ¿dónde está?

—Nil tiene sus propios asuntos, pregúntale a él. —Carraspeé—. Te aumentaré el coste proporcionalmente a los kilómetros, pero no pienso darte el triple. Piénsatelo.

Víctor gruñó y se levantó de un brinco.

—Ni hablar. No me jugaré más el pellejo por tus caprichos.

Mis caprichos... Qué curiosa manera de verlo.

No me incorporé, tampoco me inmuté por su descaro. Lo miré desde la distancia y, antes de que tomara el pomo de la puerta, le solté:

—Los acuerdos se respetan, Víctor.

El hombre rubio se giró lentamente. El resto de la sala permaneció en silencio.

—¿Qué acuerdos, Ciro? —murmuró entrecerrando los ojos—. Acabas de romperlo —afirmó asintiendo lentamente, sin dejar de lado su soberbia.

—Al parecer no leíste la letra pequeña. Te aconsejo que vayas a casa y vuelvas con las ideas más claras.

Con cierto temor, Víctor salió de la estancia. No me gustaba nada que me desafiasen, mucho menos tener que perder una alianza como la suya. Su banda era la mejor para el transporte del norte de Cataluña, sin embargo, no por ello iba a incrementar desorbitadamente los gastos.

Él no tenía ni idea, bueno, nadie excepto Nil, de que la fábrica que acababa de vender había sido fotografiada por la Policía Nacional y estaba a punto de ser descubierta la ruta. Tanto que La Careta se creía mucho más lista que yo, acababa de vender su alma al diablo. A ello le daba las gracias a Nil y a Mireia —ahí aparecía ella de nuevo en mi cabeza—, por el leve empujón. Si no llega a ser por ellos, me hubiese visto en un aprieto para poder vaciarla sin levantar sospechas.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora