Capítulo 56 | Amores ciegos

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Nil

El amor es ciego. Lo vivía en mis propias carnes y acababa de verlo en el riguroso y comedido Ciro Galera. O al menos eso era antes de conocerla a ella. Mireia sería su perdición y, visto lo visto, igual lo sería él para ella.

Apenas podía creerme lo que había escuchado. Desde fuera había podido oírlo todo a la perfección. Mireia quería meterse en la mafia. De ahí no había vuelta atrás.

—Lo harás por lo mismo que hago yo esto. Por la misma razón por la que te casaste conmigo. Por amor —le había dicho ella, sin titubeos de ningún tipo.

Ciro se quedó callado y pensé que había asentido, pero cuando los miré a través de la ventana vi que no parecía así, pues estaba soltando aire pesadamente.

—Cuídate. Nos veremos a la vuelta —se despidió con un beso más largo de lo que esperaba y salió a la terraza.

Intercambiamos una mirada antes de que se subiera a la moto y la pusiese en marcha. Me acerqué precavido a él, tanteando el terreno.

—Os llamaré cuando haya averiguado qué es lo que ha pasado y ya veremos qué hacer. Cuida de ella.

Asentí, solemne.

—Como siempre.

Se puso el casco y tomó el sendero hasta la pista forestal. Me quedé un rato observándolo desaparecer, sin saber muy bien cómo tomar las riendas de esa historia. No iba a permitir que Mireia se metiera en algo tan peligroso. Respiré hondo y entré a la cabaña.

Ella estaba sentada en el sofá cuando pasé y cerré la puerta. No me miró, así que no pudo ver la expresión enfadada de mi rostro y adivinar lo que se venía.

—¿Estás loca o qué te pasa? —vociferé sin importarme que alguien nos oyera, porque desde allí era imposible—. ¿Qué cojones es eso de que quieres meterte en la mafia?

—¿Nos has estado escuchando? —preguntó incrédula sin alzar mucho la voz.

—Lo he oído, sí. ¿Puedes explicármelo?

Quería relajarme, pero sólo de pensar en que las cosas se torcieran todavía más me ponía de los nervios.

—No creo que sea necesario, ya lo has oído todo —respondió con parsimonia desviando la vista hacia la mesa, como si eso fuese más importante que la conversación.

—Mireia, esto es serio. —En dos zancadas llegué hasta el sofá y la enfrenté de cerca—. Estamos hablando de cosas mayores. Me la suda que estés enamorada o que te hayas casado con él. ¡No vas a meterte en la mafia!

Mi tono había ido en aumento y se había vuelto mucho más grave y desabrido.

—¡Yo sé pensar por mí misma, Nil!

—¡Pues estás loca, joder! Y Ciro también si está sopesándose algo así.

Me senté bruscamente al otro lado del sofá, exasperado.

—¿Te ha dicho algo antes de irse?

—No —contesté, todavía de mal humor.

Y eso era lo peor, que me hubiese mentido. Porque si lo había hecho significaba que sabía que yo jamás lo apoyaría. Respiré hondo, el aire me faltaba.

—No voy a permitírtelo, Mireia. Yo no soy Ciro.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora