Capítulo 31 | La cabaña

91 2 16
                                    

Mireia

Los cuentos felices no existen. La vida consiste en una montaña rusa llena de subidas y bajadas. Hubo momentos donde sentí que todo estaba en armonía, a pesar de todo; pero también los hubo de problemas, de desdichas. Una vez leí que la suerte es cuestión de perspectiva.

Nil me había preparado una manzanilla para intentar tranquilizarme. Lo que no sabía es que lo que hay que tomar en esos momentos es tila, no manzanilla. Pero me la bebí igualmente. Él estaba en un sillón y yo sentada en el chaise longue al lado de Ciro. Tenía su cabeza a unos centímetros de mi cadera y de vez en cuando le acariciaba el pelo.

Respiraba normal, su pulso (que lo había medido sin que Nil me viera) era normal. Él pensaba que estaba exagerando y no dejaba de mirarme como si fuera un alienígena. Sin embargo, la situación era de todo menos normal. Ciro y yo habíamos huido como fugitivos, nos habían disparado y yo había conducido por primera vez en mi vida.

Pero Nil no parecía ver todo eso. Había rozado el carísimo coche de Ciro, él tenía una herida de bala en el brazo y yo seguía con una angustia en el cuerpo que no me la quitaba la maldita manzanilla. Por no hablar de que podríamos haber tenido un accidente de tráfico. Permanecer a su lado observándolo y acariciarle el rostro era lo único que me calmaba.

De pronto, Ciro comenzó a murmurar. Al principio no se le entendía, pero luego sus palabras se esclarecieron y mi corazón se aceleró:

—Mamá... Mamá, no te mueras.

Estaba teniendo un mal sueño. Le pasé la mano por la frente, intentando calmarlo.

—Has insistido mucho en ir al hospital, ¿verdad? —murmuró Nil desde la distancia.

—Claro que sí —dije volviéndome hacia él—. Estaba sangrando mucho.

—Ciro perdió a su madre en el hospital —me explicó sin apartar la mirada de su amigo—. Después de eso no ha vuelto a entrar a uno. Les tiene pánico.

Agaché la cabeza y seguí acariciándolo. Sus ojos se abrieron entre varios parpadeos hasta que se acostumbró a la luz. Enseguida se iluminaron al verme, haciendo que toda la aflicción desapareciese.

—Eh... ¿Cómo estás? —murmuré con voz dulce e inclinándome para besarle la frente. Odiaba verlo así de vulnerable ante el dolor. Y ya no sólo el físico, sino el emocional.

—Estoy bien. —Acto seguido se incorporó hasta quedar sentado. Echó un vistazo a la habitación en busca de Nil y cuando dio con él le dijo—: ¿Has llamado a Mateo?

—Sí, le he dicho lo que ha pasado —le comunicó, luego su tono se volvió frustrado—. Lo sabe toda La Careta. Estamos de mierda hasta el cuello.

—Joder... —Chistó y se mordió el labio—. Va a correr como la pólvora. Esto es lo último que nos faltaba.

Los miraba de forma alternativa, cada vez más inquieta por lo que decían. Se quedaron eso de medio minuto en silencio. Fueron los treinta segundos más lentos de mi vida. Al final Ciro habló:

—Mireia, llama a tu amiga Sole. ¿Tiene llaves de tu casa? —Asentí—. Pídele que te coja algo de ropa. Para una semana o así. Te quedarás con Nil hasta que las cosas se calmen. Están furiosos y al vernos se ha destapado toda la mentira.

En cuanto dijo que me quedaría con Nil una semana se me subió el corazón a la garganta. No me hacía mucha gracia tener que volver a quedarme a solas con él. No tuve demasiado tiempo para procesarlo porque llamé a Sole contándole la verdad después de que Ciro me diese permiso.

—¿Recuerdas a Eros? —Asintió con parsimonia al otro lado—. Tendrás que darle la mochila. No quiero involucrarte en esto, pero es una semana y...

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora