Ciro
Había dormido abrazado a ella en la cama donde dormía todos los días. Eso me hacía sentir extraño, como si poco a poco ella fuera cogiendo más y más de mi vida y no supiera que hacer con todo ello. Por un lado, me gustaba, me gustaba mucho; pero por el otro me daba pánico. Aún no se me quitaba de la cabeza el susto que se había llevado por la dichosa deuda de su madre. Quería protegerla de todo lo malo.
Aunque era sábado, tenía cosas que hacer. Me levanté temprano con cuidado y la dejé durmiendo. Se la veía tan cómoda que quise grabar su imagen en mi memoria. Cuando regresé ya eran las una del mediodía y ella estaba cocinando. Un olor exquisito inundaba todo el piso.
—¿Es pollo con almendras?
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó asombrada y siguió removiendo la carne.
—Porque siempre lo encargo del restaurante chino que hay cerca de aquí. —Sonreí acercándome a ella y besando su cuello. No sabía que se podía extrañar tanto a alguien en apenas unas horas. Parecía que algo había cambiado entre nosotros, que habíamos avanzado en nuestra relación secreta—. Me encanta. ¿Has encontrado bien todo lo que necesitas en el ático? Ya no sólo los alimentos... Puedes usar mi armario para la ropa, lo que quieras. He pasado a comprarte una esponja, cepillo de dientes y no sé si algo de esto te sirve.
Sonreí sintiéndome rarísimo cuando dejé la bolsa de la compra llena de productos de higiene femenina. Mireia me miró como si tuviese monos en la cara.
—Has comprado de todo.
—No sabía cuál escoger.
Coloqué en la despensa los paquetes de pasta y los botes de conserva que había gastado y alguno más que sabía que a ella le gustaban. Mireia cerró la bolsa con sus cosas nuevas y se sentó en uno de los taburetes de la barra.
—Ciro... —me llamó dubitativa desde su sitio y me giré para verla—. Sole me ha dicho que me puedo quedar en su casa.
—¿Sabe que estás aquí?
—No, le dije que seguía en casa, pero que mi madre había vuelto a liarla. Ella no sabe nada de esto, es lo que acordamos...
—¿Te parece mala idea quedarte aquí? —la interrumpí intentando leer su rostro.
—No, no sé. Esto es... muy tuyo. Siento que invado todo tu espacio.
Me acerqué al taburete, sin tener ni idea de cómo expresarle lo que sentía.
—¿Estás incómoda? Quiero que te sientas en casa. —Iba a hablar, pero no dejé que me cortara—. Este es el lugar más seguro ahora mismo. He hecho algunas llamadas y ya sé quién es el camello que le vende droga. La idea es la siguiente, ¿vale? Voy a pagar lo que debe y después voy a buscar la manera de que no vuelva a tener ningún asunto pendiente.
—No voy a dejar que pagues la deuda. No te corresponde.
—¿Y a ti sí? —Asintió convencida—. ¿Tienes suficiente dinero para pagarla? —Silencio—. Entonces, no puedes pagarla.
—Te devolveré el dinero.
—No tienes que devolverme nada. No es un préstamo. —Abrí la caja fuerte del salón y saqué un fajo de billetes. Cogí tres mil para que no le faltara y se lo tendí—. Dáselo. Si no lo solucionamos ya, las cosas podrían empeorar.
Mireia se sorprendió, supongo que por ver tantos billetes juntos. Se puso nerviosa de pronto y no sabía qué hacer con el dinero. Le dije que nos reuniríamos esa misma noche con su madre, cerca de la equis, si es que podía llegar hasta allí.
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El lobo de la mafia
Roman d'amourMireia no soporta las drogas, ni el alcohol, no desde que su padre las abandonó y su madre se volvió drogadicta. Ella se ha visto obligada a llevar su casa para adelante mientras estudia en la universidad. Ciro es el cabecilla de una de las mafias m...