Capítulo 41 | Pulso errático

34 2 9
                                    

Nil

No pude dejar de pensar en ella. No pude parar de mirarla cada vez que tenía oportunidad. No pude olvidarme de cómo se sorprendió cuando vio el regalo que Ciro y yo habíamos encargado para los novios. No pude lidiar con todo lo que, sin darme cuenta, ella había alborotado en el mundo que creía tener bajo control.

No supe por qué, pero cuando la vi pasar por la barra la seguí hasta el baño.

Intenté pensar sin todas esas emociones que me producía, intenté recordar todas las razones por la que no debería estar ahí esperándola. Lo intenté, pero cuando abrió la puerta me dio igual todo.

Di una zancada al frente que la hizo retroceder.

—¿Qué cojones haces? —me gritó Mireia cuando tomé la puerta para cerrarla. No la escuché y puse el pestillo—. ¿Estás loco o qué? Hay un montón de invitados fuera, podrían haberte visto.

—No me importa —proferí entre dientes. El corazón me latía demasiado fuerte, apenas podía mantener la distancia que nos separaba.

—Joder, Nil...

La dejé con la palabra en la boca y la arrinconé contra la pared. Mi rostro estaba muy cerca del suyo, un pequeño movimiento bastaría para besarla, pero no quería hacerlo después de lo que hablamos. Tenía razón, tenía razón en todo.

Me empujó para que me apartara, sin éxito.

—Por favor, no estés enfadada conmigo.

—Maldito seas. ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? —preguntó sin cesar la dureza de su mirada—. Me acabas de encerrar en el baño, joder. Apártate.

—Veámonos mañana los dos solos para hablar. Por favor —le pedí.

Mis palabras parecían una puta súplica por el alcohol ingerido durante toda la noche.

—No, he venido con Ciro —contestó intentando escapar. No la dejé ir—. Deja de hacer estas locuras.

Una sonrisa tiró de la comisura de mis labios.

—¿Por qué te parece una locura?

—Porque estoy con Ciro, me voy a casar con él y lo último que quiero son más problemas. Estoy cansada de mediar con todo, Nil. Te pido, por favor, que dejes de hacer esto. Si te importo, aunque sea una pizca —dijo midiendo la porción entre sus dedos—, dejarás de hacerlo.

Su voz había empezado firme y con la última frase había notado un deje roto y sensible en ella. Había empezado a respirar de forma entrecortada y no era por nervios o placer. Mi corazón se encogió al escucharla. Ahí fui verdaderamente consciente de que Mireia había empezado a tenerme miedo y que poner su mundo patas arriba ya no tenía ningún sentido si sus sentimientos daban media vuelta y se convertían en temores.

—Te juro que no quiero hacerte daño —conseguí articular mientras luchaba con todos los demonios internos que me perseguían—. Quiero que confíes en mí, que seamos los dos amigos que se reían cocinando y se contaban todas sus mierdas en el sofá de la cabaña.

—Pues empieza por respetar mi espacio.

Su voz desgarrada me partió en dos. La liberé, sintiéndome una mierda por dentro. Mireia era probablemente la única persona que me hacía sentir especial y no dejaba de cagarla, de hacerle daño.

Salió como una piola del aseo. La había asustado. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué me arriesgaba tanto? Si Ciro llegase a ver aquello... La verdad es que no tenía ni idea de cómo terminar esa frase. Supongo que, aunque éramos como hermanos, algo así lo rompería todo.

Respiré hondo y esperé unos segundos para salir, pero cuando lo hice me topé con Demir Kaya. Él estaba mirándola caminar hacia la playa y al verme salir del mismo lugar su expresión cambió notablemente. «Ahora sí que la he liado».

Quería decirle algo, pero no estaba en condiciones, así que me largué a seguir bebiendo.

Quería olvidarme de lo que había hecho, de lo que había empezado a sentir, de lo que había pasado entre nosotros, de que estaba enfadada conmigo.

Lo conseguí. Y tanto que lo conseguí.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora