Capítulo 77 | Las cosas se tuercen

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Nil

Todo lo que puede suceder, sucede. No quería creer en esa pantomima de la ley de Murphy, pero Mireia me la había mencionado en algún momento haciendo referencia a algo sobre nosotros y Ciro. Sin embargo, la realidad era otra distinta. Si había alguna posibilidad de que Mireia, sin contar conmigo, le contase a Ciro que habíamos follado, hubiera preferido tomar el camino contrario y fugarme con ella.

Estaba bien jodido.

Cuando Ciro callaba, no es que estuviera conforme. Desconfiaba y, aunque intentara aparentar que estábamos bien, no era así. Estaba receloso con lo que estaba pasando entre Mireia y yo. No se lo esperaba, ni lo quería, ni lo aprobaba del todo. Pero lo único que nos había pedido era que pusiéramos fin a ello.

Entonces tan sólo nos habíamos besado.

Nos dio un voto de confianza al mandarme quedarme con ella mientras él se reunía con los albaneses en Marsella y teniendo en cuenta que sabía que en esos días yo estuve llevándomela a la cama como si no fuese su mujer... No me había dicho nada al respecto y sabía a ciencia cierta, porque lo conozco como la palma de mi mano, que estaba cavilando e intentando encontrar una solución a ello. Quizás una forma de separarme de ella, de ponerla en mi contra o de matarme.

No lo podía culpar porque la noche de mi cumpleaños intenté que Mireia recapacitara sobre seguir su relación con Ciro. A pesar de todo, era consciente de que yo también era un mafioso y que a sus ojos estaba hecho de la misma pasta que él. Éramos el mismo reflejo en orillas distintas de un lago.

A decir verdad, había dado rienda suelta a mi lado más sensible y recóndito. Con ella no podía evitar que lo personal interfiriera, que me dejase llevar por las emociones. Y así uno no podía hacer lo correcto.

Todavía estaba dándole vueltas al dichoso informe del análisis que le hicieron en el hospital y que ella me obligó a esconder. Cinco semanas. Estaba embarazada de cinco semanas. Joder, me estremecía de sólo pensarlo.

Esa noche no pude contenerme y la volví a besar. Deseaba tenerla cerca, dejar de amarla en silencio y hacerlo de verdad. No pensaba que ella lo mandaría todo a la mierda y se dejaría llevar por la pasión y esos sentimientos que había entre nosotros y que parecían tan poco oportunos. Nunca había prescindido de utilizar el condón. Era como una costumbre, teniendo en cuenta que había empezado a tener sexo desde adolescente y que en mis últimos años había conocido a más mujeres que las que conocería el resto de mi vida. Pero el momento fue tal que lo pasé por alto.

Qué digo... Si ella parecía engatusarme con una sola mirada. Nunca había sentido nada igual. No sólo estaba enamorado, es que me moría por ella.

Así que estaba desquiciado al no tener nada sólido a lo que aferrarme en lo referente al embarazo. No quería pedirle una prueba de paternidad, pero necesitaba hablar con ella cuanto antes. Mi problema es que no salía de casa de Ciro ni él se ausentaba ni a mí me iba a llamar para quedarme con ella sabiendo lo último que pasó.

La llamé al móvil dos o tres veces el viernes por la tarde, sin éxito. Así que decidí saltarme todos los preliminares y presentarme en el ático. Pero la cosa se me fue de control. Como todo lo que tenía que ver con Mireia.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó Ciro al abrir la puerta.

—Vengo a ver a Mireia. Como no me coge el teléfono... —respondí divisando el interior de la casa tras él, Me percaté de que ella estaba escribiendo junto a un montón de papeles en la barra de la cocina—. Me ignora muy bien —proferí con el tono elevado para que me oyese.

—Estoy estudiando, Nil.

Ciro me dio paso.

—Sí, ya —mascullé entrando y cerrando detrás de mí—. Casi te desmayas aquí el otro día y no tienes los cojones de cogerme el teléfono para que sepa cómo estás.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora