Capítulo 15 | En secreto

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Ciro

Cuando la vi de frente se me dispararon las pulsaciones y creo que hasta por unos segundos no pude respirar. Justo entonces, cuando el sonido de mi corazón fue más fuerte que el ruido de la discoteca, supe que no podría escapar de ella.

Sin darme cuenta de dónde estaba, di un paso adelante.

Nil me puso una mano en el hombro y la mantuvo firme intentando que retrocediera.

—Tenemos que irnos. Ya.

Estaba absorto en su expresión pasmada, como si estuviese viendo un fantasma. Quería ir y decirle que todo lo que estaba haciendo era para protegerla, que de tener otra vida no la hubiese echado y mucho menos de esa forma.

Mi mejor amigo me arrastró a duras penas hasta fuera del local. El alcohol me causó estragos y perdí momentáneamente la cordura. Me revolví colérico porque no soportaba no volver a tenerla cerca.

—Ciro, contrólate. Hagas lo que hagas que no sea en público.

Tenía razón, había estado a punto de echarlo todo a perder. Nil y ella no podían estar en un mismo lugar público o toda la maldita estrategia se vendría abajo. Y no podíamos correr ese riesgo ahora que las cosas se habían calmado. Lo cierto es que mantenerme alejado de ella sólo había hecho que me volviese loco de atar.

Un fugaz pensamiento me cruzó la mente.

Cuando no puedes con tu enemigo, únete a él, ¿no dicen eso? Quizás sólo tenía que hacer justo lo contrario de lo que había intentado hasta entonces. Pensé en la última noche que la vi, cómo tenerla cerca me hizo sentir mejor, cómo el hecho de saber que volvería a verla me hizo centrarme en mi objetivo y no desviarme como estaba haciendo en ese momento.

Las cosas estaban cambiando. Ella estaba cambiándolo todo.

—Tenías razón... No puedo. Con ella no —me sinceré frente a Nil, que me tenía agarrado por los hombros—. Resérvame el finde que viene en ese sitio, que quede entre nosotros dos... —empecé a decir, sintiendo que el peso del mundo se me venía encima.

—Lo sé, tío. —Nil me cogió por la nuca y pegó nuestras frentes—. Cuidaremos de ella, ¿me oyes? Es una promesa.

Me tranquilizó escuchar a mi mejor amigo decir esas palabras. La verdad es que Nil no era sólo mi mejor amigo; nosotros éramos como hermanos. Lo abracé con alivio. Puede que a partir de entonces mi vida se volviese más complicada, sin embargo, merecería la pena. Lo sabía, lo sabía con el corazón.

Nil había dado en el clavo: si no era libre, no era nada.

Lo tenía todo planeado para ese viernes. Le había ofrecido a la universidad dar una charla a los alumnos de último curso de Administración de Empresas. Hablaría sobre el emprendimiento, sin enrollarme demasiado. Accedieron enseguida, pues Grupo Galera era un grupo empresarial muy conocido en Cataluña.

La charla fue interesante. Los alumnos tenían preguntas de cómo llegué hasta allí. Disfruté con la interacción, aunque quizás todo se lo debía a ella. Saber que iría a buscarla esa misma mañana con una propuesta que no la dejaría indiferente me hacía sonreír. Podía imaginar su cara descompuesta, su ceño fruncido y su voz preguntándome qué mosca me había picado.

Nada más acabar en el salón de actos, caminé hacia la Facultad de Filosofía y Letras. He de admitir que el plan era perfecto, porque la cercanía de ambas facultades me vino de perlas. Salí de la Facultad de Economía y fui hacia el norte de la Universidad Autónoma de Barcelona. Con un poco de navegación en internet había dado con el horario y, gracias a todo lo que me contó en los Pirineos sobre su último año, sabía qué asignaturas cursaba.

La clase que tenía terminaba dentro de una media hora, por lo que pude hacer varias llamadas para que todo estuviese bajo control durante los días que estuviese fuera. Nil estaba bastante liado con el primer transporte a Francia, así que tuve que delegar varias cosas pendientes a Mateo. Él era uno de mis mejores hombres. Fuimos grandes compañeros antes de que fundase la mafia y estuvo a mi lado desde el primer momento. Lo conocía todo casi tanto como yo.

Tal como presentí, Mireia salió de las últimas, cuando ya no quedaba casi nadie en el pasillo. Estaba esperándola en la puerta de los aseos y ella iba tan ensimismada en unos apuntes que no me vio venir cuando la cogí por el brazo y la atraje hacia el interior.

Me había asegurado de que no entrase nadie, por lo que estábamos solos.

Cuando Mireia reparó en que era yo, se quedó atónita. Cerré la puerta y me volví hacia ella, que se había alejado hasta dar con la pared. Su expresión se volvió nerviosa ante mi presencia y aumentó con la cercanía de nuestros cuerpos.

No sabía por cuánto tiempo iba a poder controlarme. Tenerla entre mi cuerpo y la pared requería todo mi autocontrol. Debería haber pensado mejor lo de ponerme camisa de manga larga esa mañana,porque en ese instante estaba acalorado y no era por estar ya en el mes dejunio.

—Ciro —tartamudeó—, ¿qué haces aquí? Suéltame.

No lo hice, no podía dejar que se fuera sin que le soltase lo que me quemaba por dentro.

—Lo siento. Lo siento por todo —murmuré al tiempo que acariciaba su mejilla con dulzura. Tenía una piel fina y suave. Había anhelado la sensación que me producía tocarla—. Te he estado mareando... Alejarme de ti siempre fue mi primera opción, no soportaría ser el culpable de que te ocurriese algo; pero no puedo volver a ser la misma persona de antes de conocerte.

Tragué saliva, con la garganta repentinamente seca. Jamás me había sincerado tanto con alguien. Fue como tener el pecho abierto y dejar mi corazón en sus manos. Porque literalmente era así; si ella me decía que no, no sabría cómo recomponerme.

—Ven conmigo este fin de semana —le solté a bocajarro—. Los dos solos. En secreto.

Mireia no respondió. Mi corazón palpitaba tan fuerte que parecía haberse subido hasta mi garganta.

—Di algo, por favor.

Acerqué mi boca a la suya, sin poder pasar un segundo más sin besarla. Quería que reaccionara ya porque me iba a dar un soponcio, pero quizás le había dicho demasiadas cosas a la vez. Sabía que para Mireia no era tan fácil arriesgarse. Mi mundo era muy peligroso, un paso en falso la pondría a ella en la mira y a mí en jaque.

—¿En secreto? —Su voz fue rasposa, como si hubiese recuperado el habla después de días. Me alejé un poco para verla.

—En secreto —repetí—. Es la mejor alternativa si quieres esto.

—¿Va en serio? —escupió, riéndose un poco sin gracia, como si yo creyera que podía tomarle el pelo—. ¿Esto? ¿Qué es esto? ¿Qué es lo que quieres, Ciro? Te juro que...

Siseé, irrumpiéndola. Balbuceó notando lo próximo que me encontraba ya de ella. La besé acariciando sus labios, saboreando un poco su piel.

—Esto será lo que tú quieras que sea.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora