Capítulo 44 | Cena de amigos

43 2 6
                                    

Mireia

Una vez leí una frase de un escritor francés llamado Paul Bourget que decía que en la mayoría de las veces nuestra suerte no es sino un reflejo de nuestra propia personalidad. Si me paraba a pensarlo bien, tenía razón.

El ser humano tiene tendencia a pensar que ciertas cosas le ocurren por ser o actuar de cierta manera, pero al fin y al cabo sólo unos pocos saben ver que en realidad son circunstancias. La suerte no es más que un conjunto de circunstancias a las que hay que hacer frente y precisamente esa lucha que libramos depende de nuestra forma de verla.

La noche anterior, Ciro y yo nos quedamos hablando hasta tarde. Me encantaban esos ratos que nos dedicábamos el uno al otro, contándonos vivencias, dando nuestro punto de vista del mundo o haciendo planes juntos. Todo con él era una maravilla que reviviría toda la vida.

Ciro ya estaba con los ojos abiertos cuando yo me desperecé sobre la cama. Había dormido sobre su pecho y sus latidos habían sido mi nana. Compartimos una mirada cargada de amor. Me pregunté si podría ser más feliz de lo que ya era. Lo decidí justo entonces: empacaría mis cosas y me iría a vivir con él cuando volviésemos de Antalya.

El camino ya estaba construido, sólo quedaba caminar por él.

Poco a poco me acostumbraría a que su piso también fuese un poco mío. Ya quedaba una escasa distancia entre pasar los días en su casa y vivir con él. La diferencia es que vería todas mis cosas entre las suyas, como la taza en el armario del desayuno o la ropa en su lavadora. Respiré hondo con una sonrisa en mi rostro y lo besé.

—¿Has soñado algo bonito?

Sonreí de forma inocente.

—Sueño con vivir contigo.

—¿Eso es que te vas a mudar ya?

Asentí entusiasmada al mismo tiempo que su expresión se volvía cada vez más ilusionada. Sabía que Ciro llevaba tiempo deseando ese momento, que si por él hubiese sido hubiésemos compartido un hogar desde que regresamos de Grecia. Porque allí todo cambió, en todos los sentidos. Ese viaje significó un sí de parte de ambos en una relación que parecía temblar ante cualquier suspiro y que pese a todo siguió latiendo dentro de nosotros.

Era tarde, así que nos perdimos el bufé libre y tuvimos que desayunar en la cafetería. Regresé yo sola a la habitación, pues Ciro tenía que hacer unas llamadas. Organicé un poco mi ropa. Habíamos decidido ir unos días a Estambul. Ya que estábamos por allí merecía la pena conocer un poco más el país y yo estaba más que encantada. Turquía había estado desde hacía tiempo en mi lista de lugares a los que tenía que ir algún día.

Cuando regresó trajo consigo a alguien que no esperaba. Pensaba que Nil tendría un poco de consideración después de cómo hizo las cosas la noche pasada.

—Alguien quiere hablar contigo.

Pasé la mirada de Ciro a Nil y luego seguí haciendo la maleta. No podía ser cierto.

—Enseguida vuelvo. Nil —le advirtió antes de marcharse de nuevo.

Intenté centrarme en lo que hacía, de verdad, pero no podía ignorar su presencia. La habitación se hacía a cada instante más pequeña.

—Mireia...

—Vete. No quiero hablar contigo.

—Mireia —insistió—. Me siento como una mierda. Soy un gilipollas y la he cagado. Joder, estoy siempre cagándola, pero me duele más que seas tú la que pague con todo.

Cerré los ojos, suplicándole a todos los santos que se marchara. Lo miré de frente y procuré que mi mirada fuese dura para que mis palabras sonaran todavía más contundentes:

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora