Capítulo 57 | Osadía

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Mireia

Hay que tener valor para hacer ciertas cosas. El mío salió de lo más profundo de mi ser, de la parte más oscura y abandonada. La mafia representaba todo aquello que había odiado durante años, desde que mi padre nos abandonó y mi madre cayó en la drogadicción.

Quizás Nil tenía razón. Quizás me había vuelto loca.

Las dos noches siguientes que estuve en la cabaña fueron muy malas. Había vuelto a tener pesadillas de mi padre y también de las veces en que había visto a mi madre colocada, aunque como Nil dormía como un tronco ni siquiera se había enterado. Me levantaba envuelta en sudor a pesar de las bajas temperaturas de la montaña.

Nil había estado quedándose en el sofá para dejarme a mí la cama, cosa que agradecía, pero ni siquiera me lo había mencionado ni lo habíamos hablado. De hecho, no habíamos vuelto a hablar desde que discutimos. Sólo nos dirigíamos la palabra cuando necesitábamos organizarnos en la diminuta cocina y no fueron más que un par de veces. Él seguía molesto conmigo por la decisión que había tomado, no obstante, yo no iba a dar mi brazo a torcer.

Sabía que entendía por qué lo hacía y yo sabía por qué se negaba. Si terminaba por aceptar algo así después de todo lo que había pasado desde que nos conocimos, creo que jamás se lo perdonaría.

Habían sido tres días cargados de silencio y malos sueños. No veía el momento de que Ciro llamara para decirme que volviera. No soportaba tener que huir, menos a esa cabaña, menos con Nil. Sentía que todo estaba temblando a mi alrededor. Cada vez que nos cruzábamos por aquel habitáculo parecía que la atmósfera emitía chispas ardientes que quemaban la piel. Sus miradas penetraban mi alma, pero no conseguían que retrocediese.

Si intentaba que cambiara de opinión, no lo lograría. Podría soportar aquello. Lo soportaría mucho mejor que su otro lado más cercano. Así que, por esa parte, deseé que siguiese enfadado conmigo todo el tiempo que necesitase Ciro para arreglar las cosas otra vez.

Pero me equivoqué.

Esa mañana me desperté de nuevo muy sobresaltada. La diferencia es que al abrir los ojos lo primero que vi fue el rostro de Nil. Sus ojos castaños me escrutaban con preocupación. Apartó las manos, que instantes antes me habían sacudido, y se quedó arrodillado en el suelo junto a mí.

—Estabas gritando en sueños. ¿Estás bien?

Asentí todavía alterada y con la piel pegajosa por el sudor. Me senté en la cama mientras él se incorporaba y tomaba asiento en el borde del colchón.

—Puedes contar conmigo. ¿Es por lo que sucedió en la boda?

Lo miré a los ojos y negué.

—¿Villa Alfaro? —probó entonces.

Negué de nuevo y antes de que siguiera haciendo preguntas, se lo confesé:

—No es nada de eso. He soñado con mi padre, cuando me abandonó. A veces creo que jamás lo voy a superar...

—Eh, tranquila —susurró moviéndose hacia mí—. Yo también tengo pesadillas del asesinato de mi padre. Hay cosas que no se superan tan fácilmente.

—Ya, pero han pasado años y todavía siento que me falta el aire.

Me callé al mencionarlo. No quería que enlazara el abandono con mi pánico al agua. Sabía que eso haría que se sintiese culpable, porque que todo ello volviese había sido por su madre. Me tapé la cara con las manos y respiré hondo en un intento de reprimir el llanto que me presionaba la garganta. Tenía que ser fuerte si quería hacer las cosas tal y como había decidido. Además, llorar no serviría de nada.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora