Nil
La camisa negra de Juanes llenó el habitáculo de mi coche. Mireia cantó a media voz (estaba casi afónica) hasta que se quedó dormida. Había pensado en decirle lo que sentía, pues, a pesar de lo que hablé con Lucía, ese beso me había hecho cambiar de opinión por un segundo. Puede que ella no estuviera sobria, pero había hablado poco antes como si lo estuviese.
Sabía que ella también podía sentir algo por mí, que se lo estaba ocultando para sí y que esa noche lo había dejado escapar.
Había estado vigilándola desde que salieron del restaurante porque, a pesar de su compromiso, podía estar en peligro. En una noche como esa, donde todos bebían y hasta ella había bebido, cualquiera podría haber atacado y no le hubiera costado nada.
Ciro así me lo había pedido. Habíamos hablado de ello el jueves en su despacho. Él también era consciente de la amenaza latente de La Careta.
Era tarde para llevarla al ático y no quería presentarme allí y que Ciro viera que ella tenía todo el pintalabios rojo corrido por ese frenético beso que nos habíamos dado, así que decidí traerla a mi casa. Era demasiado obvio que había algo más entre nosotros.
Aparqué en el garaje y di la vuelta al coche para cogerla en brazos.
Se meneó cuando pasé la mano por debajo de sus muslos, negándose.
—Déjame, yo puedo.
Le había llegado el bajón del alcohol. Se le notaba en el habla y en cómo sus ojos se cerraban de cansancio. La ayudé a salir y luego a caminar pasándole un brazo por la espalda. Las escaleras hasta el piso de arriba se me hicieron eternas y nada más llegar al rellano echó la pota. El olor a vómito me provocó arcadas.
—Joder, no vuelvas a beber nunca más.
Le solté el pelo dejándoselo hacia atrás para que no se lo manchara. Rodeando el desastre que acababa de formar e intentando ignorar la peste, la llevé al baño para que terminara de vomitar si lo necesitaba. Le limpié la boca y la llevé al dormitorio. Se había manchado la camiseta. Cuando hice amago de dejarla para pasarle algo limpio, se sentó en la cama dispuesta a tumbarse.
—Espera, espera. —La cogí del brazo y la obligué a mantenerse sentada—. Ni se te ocurra acostarte así en mi cama.
—Cállate, Nil.
Puse los ojos en blanco y cogí veloz la primera camiseta que pillé del cajón. Se la di para que se cambiara mientras ladeaba la cabeza.
—Cámbiate.
—No me gusta esta.
Me giré hacia ella. Le había dado la camiseta que había hecho para la despedida de soltero. Era negra y tenía un letrero que ponía sin tapujos: NOCHE DESENFRENADA DE SEXO. SOY SOLTERO Y HAGO LO QUE QUIERO. EXCEPTO ÉL. En ese momento me dio igual.
—¿Y a mí qué? Si quieres dormir tendrás que ponértela. Venga.
La obligué a deshacerse del top manchado y con los ojos cerrados le pasé mi camiseta por la cabeza. A pesar de que hubiera podido desnudarla sin miedo, no quería invadir de ese modo su privacidad. Una vez se la terminó de colocar, se hizo hacia atrás agotada y tuve que agacharme a desabrocharle las sandalias.
—Ya puedes dormir.
Mireia se hizo una bola en la cama y se tapó con la sábana. Puse en marcha el ventilador y abrí la ventana. Luego de limpiar el vómito del pasillo y echar medio bote de ambientador, me metí en el baño. Cuando me miré al espejo y vi que yo también tenía el puto pintalabios en los morros quise reírme, pero me abstuve por vergüenza propia.
Me eché agua en la cara y me restregué con fuerza. Juro que podría estar arrancándome la piel y esa mierda no se quitaba. Joder. Luego de quince minutos tenía la boca roja y ya no distinguía si era mi piel irritada o el maldito pintalabios. Decidí poner fin a la tortura y me fui a dormir. No entendía por qué a las mujeres les gustaba maquillarse si luego tenían que deshacerse de todo ese potingue.
Me quité la ropa y me tumbé en el lado libre de la cama. Apagué la luz echando un último vistazo a la durmiente figura de Mireia. No había imaginado que esa noche terminaría así, pero me alegraba de haberla sacado de la discoteca.
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El lobo de la mafia
RomansaMireia no soporta las drogas, ni el alcohol, no desde que su padre las abandonó y su madre se volvió drogadicta. Ella se ha visto obligada a llevar su casa para adelante mientras estudia en la universidad. Ciro es el cabecilla de una de las mafias m...