Capítulo 67 | Triángulos peligrosos

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Mireia

Muchas de las cosas que hacemos las hacemos porque debemos hacerlas, no porque queramos. Esa mañana fue uno de esos días en los que te despiertas sabiendo que las cosas van a salirse de control y prefieres no levantarte de la cama. Sin embargo, Ciro me había insistido en que era mejor que nos fuéramos temprano.

Su avión salía a las ocho de la mañana, pero antes Nil pasaría a recogerme. La noche anterior había dejado preparada una mochila con ropa, sin mucho ánimo. No me gustaba tener que huir, aunque tuvieran razón. La verdad es que para estar encerrada en el ático o en la casa de Nil, prefería ir a la cabaña. Allí podría salir y me serviría para desconectar. Claro que el problema pasaba a ser otro mayor: Nil.

—El viernes es el cumpleaños de Nil —me dijo Ciro durante el desayuno—. Quería hacerle algo. ¿Te parece buena idea que le preparemos una tarta y le demos una sorpresa en su casa? Podríamos invitar a Eros, Sole y Lucía, cenar juntos... Pero que sea algo reservado. No es la mejor época.

Asentí, pensando en otra cosa.

La verdad es que en ese momento lo último de mi lista era lo que fuera a pasar una vez regresáramos de la cabaña. En lo que no dejaba de pensar y de darle vueltas era a esa dichosa escapada al bosque. Había vivido lo suficiente con él como para saber que lo puede parecer unas cálidas vacaciones en la montaña bien podría ser un descenso al inframundo.

Cualquier cosa me consolaría más que ir con él allí.

Recogí todas mis cosas y las preparé en el recibidor ya pasadas las seis y media de la mañana. Estaba cansada, apenas había dormido los últimos días.

—¿Por qué tienes que hacerlo? —le dije antes de que Nil subiera al ático.

—No hay nadie que pueda hacerlo. Sé que no es lo ideal, pero es nuestra mejor opción. Él te protegerá mientras estoy fuera.

—Ya... —murmuré.

Se acercó hasta quedar frente a mí a apenas unos centímetros de distancia y me cogió el rostro entre sus manos.

—Eh, no tengas miedo de Nil. Sé que puede ser difícil de tratar, pero en el fondo es un buen tío.

—¿Por eso me pediste que tuviera cuidado con él? —inquirí con cautela. Ese tema me seguía resultando difícil de expresar con cualquiera y, aunque quisiera, Ciro no era la excepción.

Tensionó la mandíbula y apartó la mirada unos segundos.

—Creo que es mejor que te andes con ojo. No esperaba que él..., joder, no sabiendo que estás conmigo. Ya le he advertido que te trate como es debido. Me hará caso si no quiere vérselas conmigo otra vez. Pero si necesitas llamarme, hazlo.

Asentí, trémula. Solté el aire contenido. Al poco, tocó la puerta.

—¿Y qué hay de ti? ¿Será peligroso?

—No, no te preocupes por mí —me aseguró mientras iba a abrirle—. Estaré bien. Sólo hablaremos y cerraremos un trato.

—¿Estás seguro? —insistí.

Desvié la vista un segundo hacia la entrada. Nil pasó cerrando la puerta tras de sí en silencio, sin saludar. Supongo que no quería interrumpir nuestra conversación.

—En esta vida no hay nada seguro —reconoció con pesar.

Entorné los ojos en su dirección.

—Es un consuelo saberlo —murmuré irónica.

—He aparcado en el garaje —profirió entonces Nil, como dándonos los buenos días.

Lo observé a la espera de irnos en contra de mi voluntad. En ese momento me hubiera encantado decirles cuatro cosas a los dos, sin embargo, preferí guardármelas. Al final yo había llegado hasta allí por voluntad propia, porque podría haberme mantenido al margen de sus vidas cuando me dieron la oportunidad.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora