Capítulo 28 | Excusas baratas

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Mireia

Había pasado casi un mes y no había vuelto a ver a Nil. Hasta esa noche. Ciro me había invitado a cenar en su ático con él y Nil, pero no le había dicho que en realidad no quería ir.

Después de haber pasado una semana y media viviendo con él, habíamos quedado todos los fines de semana sin excepción, aunque con mucho cuidado. Venía a recogerme en moto o iba a la equis y me recogía con su coche. Ahora que había terminado mis estudios habíamos planeado una escapada a los Pirineos en agosto.

Vamos, que nos habíamos vuelto un poco más normales: nos veíamos de forma regular y no quedábamos cada vez que la cosa iba mal. Sin embargo, seguía sin estar del todo cómoda con la idea de que se encargase de financiar el centro de desintoxicación. Tras mucho hablar con mi madre, ella había aceptado e ingresaba en el centro a finales de mes.

Al principio se mostró reacia, pero conforme pasaron los días se dio cuenta de que, si no hacía un esfuerzo por cambiar, yo iba a terminar por dejarla sola. Aunque no asistió, creo que fue mi graduación la que la ayudó a decidirse. Siempre me había estado diciendo que perdía el tiempo con mis estudios y al parecer ya se había dado cuenta de que sí serviría para algo.

Había empezado a trabajar como dependienta en una librería mientras esperaba a encontrar un trabajo en algún museo, biblioteca o archivo. Al cerrar a las nueve, fui caminando hacia la equis. Ciro me estaba esperando en el Mercedes.

Me mordí un carrillo esperando que no me preguntara de nuevo cómo me había ido con el psicólogo. Ya le había sido sincera el primer día con que me estaba costando mucho abrirme a alguien desconocido. Había hecho progresos, no obstante, sentía que sus métodos de ayuda me habían puesto peor.

Quería decirle que no quería volver a ir.

—¿Te pasa algo? Estás muy callada.

—Estaba pensando... —Carraspeé y luego tragué saliva—. No sé si el psicólogo me está ayudando. Me agobia tener que recordarlo todo.

Guardó silencio. Se detuvo en un semáforo y se giró para verme.

—Seguro que eso es necesario para superarlo.

—No te digo que no... Pero no puedo hacerlo. No estoy preparada para enfrentarme a ello.

—¿Le has hablado de la relación que tiene esa sensación con tu padre? —Negué. Un coche le pitó porque se había puesto en verde. Continuó la marcha y siguió hablando—: Quizás necesites ahondar en ello y superar esa herida antes de sanar esta.

Dejé escapar el aire sonoramente.

—No lo sé —le confesé desviando la mirada hacia la ventanilla—. No me siento capaz.

—Eres capaz de eso y mucho más, Mireia. Eres fuerte.

Alargué la mano hasta la suya que estaba sobre la palanca de velocidades. Poco después, aparcó en el garaje y subimos al ático. Le ayudé a terminar de preparar la cena, dando gracias a que no había sido Nil el que me recogiese de la equis. Apreciaba esos pequeños gestos de Ciro, querer venir a por mí para cenar y no encomendárselo a nadie significaba cuánto le importaba.

Aún me repetía a mí misma que dejarme con Nil dos días había sido necesario, que no tenía otra opción. Lo cierto es que yo no hubiera querido quedarme sola allí, entre sus cosas. Ahora parecía que me sentía más en casa. Los días que habíamos quedado tras vivir allí con él habían sido como volver a un lugar muy conocido donde me sentía cómoda.

Nil abrió la puerta con sus llaves sin siquiera llamar al timbre. Hacía un par de minutos que Ciro me había hecho cosquillas hasta subirme en la encimera y besarme sin miramientos mientras se terminaba de cocinar el pastel de carne. La receta de su abuela se había convertido en nuestra favorita para cocinar juntos. Además de estar deliciosa, fue el inicio de nuestra relación.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora