Capítulo 64 | Heridas

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Mireia

El pasado nunca muere del todo. Pensaba que con el tiempo algunos recuerdos dejarían de doler, que se volverían tan tenues que terminaría olvidándolos. Pero sólo era una vana creencia.

Luego de secarnos y vestirnos, Ciro y yo fuimos a desayunar. El sol de la mañana entraba por las ventanas del balcón y llenaba la estancia de luminosidad. Había olvidado que los cafés estaban preparados, pero por suerte, siendo finales de verano, todavía no se habían enfriado del todo.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté a Ciro cuando revisó su móvil antes de sentarse a la mesa.

Suspiró al ver venir la conversación, pero me miró a los ojos y contestó.

—Quiero que me prometas que en ningún momento me pedirás tu presencia en ninguna reunión. Te diré lo que ocurre para que estés al tanto, pero no te involucrarás más.

—Está bien —accedí. Me parecía justo y, además, yo tampoco quería estar presente.

Ciro asintió con ligereza.

—Teníamos una fábrica al norte de Cataluña, pero estaba siendo vigilada por la policía. Cuando tuvimos que solucionar lo que pasó en Luminarias, se la vendimos a La Careta pensando que no la descubrirían a corto plazo, pero la policía no tardó en registrar la nave y procesaron a un encargado —me relató mientras untaba una tortita americana con mermelada de fresa y me la tendía. Sonreí, agradecida, y continuó con la suya—. Por eso ha habido tantos problemas con ellos. Desde entonces, sin la fábrica, la ruta hasta Francia tenía que hacerse desde Girona. Es un viaje más largo y tuvimos que cambiar de banda para el transporte. Fue Nil quien la retomó.

Tragué fuerte al escuchar su nombre. Hacía varios días que no había sido mentado siquiera. Lo peor es que no esperaba que me afectara tanto. Lo quiera o no, Ciro tenía razón. Nil seguiría ahí y mis sentimientos por él también.

—El camión ha salido esta mañana desde Girona, pero lo han parado en un control de carretera que no habíamos previsto.

—¿Han detenido al conductor?

—Por ahora no. Nil ha enviado refuerzos por si ocurriera. El conductor es uno de sus mejores comissionats. Si lo detienen, las cosas podrían salir muy mal.

Asentí sintiéndome un poco extraña ante el hecho de que Ciro me contara las cosas ilegales que se traían entre manos. Seguimos desayunando en silencio. Vacilé a la hora de preguntarle por lo que había pasado en la boda y las fotografías que recibió. No tenía ni idea de cuál sería su próximo paso y estar todo el día en casa, aunque fuese con él, me desquiciaba.

—¿Qué se sabe de lo que pasó en nuestra boda?

Ciro dejó de masticar. Probablemente se pensaba que me conformaría con saber lo que acababa de ocurrir, no obstante, habían disparado a mi madre y no era para menos. Necesitaba saber hasta qué punto habíamos llegado con La Careta como para irrumpir de esa forma en una celebración.

Esperé a que dijese algo, sin embargo, vi que apretaba la mandíbula y no decía palabra. Lo miré preocupada.

—¿Qué sabes? —insistí.

—Esto no va a ser fácil para ti, Mireia.

Fruncí el ceño. Lo primero que se me vino a la cabeza fue la deuda de mi madre. Fui a formular la pregunta, pero Ciro lo soltó de una.

—Lo que sucedió está relacionado con tu padre.

Fue como si me sacudiesen de pronto.

El aire se me atascó en la garganta. «Mi padre».

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora