Prefacio

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Magnus

El carruaje se mueve por las calles
adoquinadas de Palkareth y me hace sentir como si estuviese en medio de un temblor. Detesto esta ciudad y su maldito atraso. ¿Cómo todavía usan estas carretas de hace tantas eras? Es un insulto hasta para mí.

Me revuelvo el cabello un tanto inquieto por la cena de hoy y todo lo que tuve que ceder para que las cosas se tornaran a mi favor.

—Majestad, creo que no es justo lo que esta haciendo con la señorita Malhore —Francis habla por primera vez desde que salimos del palacio.

Clavo los ojos en los suyos, reprochándole con la mirada el haber dicho aquello.

—¿Y fue justo que ella me mintiera? —Le recuerdo. Aquí no soy el único pecador—. Porque yo creo que no. Me vio la cara de estúpido y lo detesto.

La tuve tan cerca por tanto tiempo, es casi como una burla de la vida. Estuvo a mi merced, pude haber amenazado a Denavritz con ella para que me diese el paradero de su padre, pude orillarlo al abismo en nombre del amor enfermizo que siente por esa mujer y perdí la oportunidad por no leer bien las señales. ¿Y es que como pude haberla descubierto? Si hasta el barón Russo me mintió para incubrirla. Es un traidor y por primera vez me alegra que este muerto.

—¿Y por eso jugará con ella? —continúa

¿En verdad no piensa frenar su retahíla? Porque detesto cuando empieza con sermones.

—¿A que viene la preocupación? ¿Le tomaste aprecio mientras estuvo en Lacrontte?

—No me parece buena idea usarla.

Escucho a los carruajes que nos siguen como una caravana mientras nos adentramos en la noche solitaria para salir de la ciudad hasta el punto de encuentro, pero ni siquiera el sonido de las ruedas contra los adoquines es tan molesto como lo es Francis en este momento.

—Ella sabe que la estoy usando, Francis —le aviso—. No estuviste en la cena, pero aceptó estar de mi lado. Es su manera de castigar de alguna manera a Denavritz.

Me pregunto ¿en qué parte de Palkareth viviría esa mujer, la plebeya de ojos café?

—Pero no es solo eso y lo sabe. No le está ayudando solo a distraer al príncipe, perdón, al rey Stefan. Todavía no me acostumbro al cambio.

Sonrío, ni siquiera yo puedo creerlo todavía. Ese es un título que a Denavritz le queda demasiado grande.

—Es un intento de rey. No uno de verdad.

—No me cambie el tema, majestad.

—Es necesario. Necesito a alguien dentro del palacio que me de información y ella esta ahí. ¿Hay alguien más idóneo? Si sabes de otra persona solo dímelo y la dejaré de lado.

La cortina que cubre la ventana está cerrada por seguridad, así que no puedo detallar la ciudad a mi antojo, aunque bueno, tampoco creo que haya mucho que ver. Mishnock es un hoyo de inmundicia comparado con Lacrontte.

—Ella puede confundir sus sentimientos al ver interés de su parte. —Insiste y para este punto ya estoy perdiendo la cabeza—. Va a crearse ilusiones.

Esa mujer es como un martillo en mi cabeza, solo me causa dolores y problemas. No recuerdo la última vez que Francis insistió tanto con algo como lo hace ahora por ella. Y no entiendo porque se preocupa tanto, no es su amigo, ni su consejero.

Lo admito, la plebeya es bastante ingenua, demasiado para mi gusto. Esta noche vi en sus ojos café esa fiebre por el control que veo en los míos cada día, como si en verdad creyera que tiene poder sobre mí. ¿Cómo pudo creer que de verdad ansiaba que me acompañase hasta la salida del palacio?

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora