Capítulo 26.

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Emily

Llegó el momento.
No existe día más feliz en mi vida que este. Seré libre, por fin.

El corazón me baila, si es que eso es posible. Estoy muy nerviosa, tanto que las manos me tiemblan. He tenido que recogerme el cabello tres veces, pues la coleta me quedaba mal peinada. Le he contado a Christine que hoy me marcharé y ella está igual de emocionada. La veo sonreír a través del reflejo del espejo del tocador. Está detrás de mí, en la cama, enrollando los listones de mis vestidos.

—Puedes quedarte con los vestidos que quieras —le digo mientras me peino una cuarta vez—. Espero volver a verte a ti y a Leslie algún día.

—¿Ya sabe dónde vivirá? —pregunta en voz baja.

—Supongo que en Lacrontte, aunque no estoy segura. Trabajaré mucho para comprar una casa y traer a mis padres conmigo.

—¿No vivirá en el palacio con el rey Lacrontte? Es su novio.

—Pero eso no significa que me mudaré con él. —Me doy la vuelta en mi banquillo—. ¿Qué tal? No quedó tan chueco esta vez, ¿no crees?

Ella asiente con una sonrisa que extrañaré. También echaré de menos a Atelmoff e incluso a Claire.

El plan para esta noche es sencillo y se hará a la hora de siempre. Nuestra hora: medianoche. Un guardia vendrá por mí y me llevará al ala sur del palacio. Allá estará esperándome un carruaje que me sacará del palacio. No puedo ocultar que me remueve un tanto la conciencia saber que los guardias de mi puerta tendrán problemas en mi ausencia, pues ellos creerán que regresaré para el alba. No tendrán excusa, no tendrán perdón. No dejo de pensar en la frase que una vez me dijo el rey Lacrontte: sacrifica a otros para salvarte a ti misma.

****

Las campanadas del reloj ya sonaron, anunciando la medianoche. El carruaje se mueve hacia la salida y es un guardia lacrontter quien se asoma por la ventana para pedirles a los cristenses que abran las puertas de salida. Por un instante todo es silencio. Lo único que escucho es mi respiración agitada. Es una calma angustiante. No llegan a ser minutos y aun así se sienten eternos. En la cabeza se me instalan muchos escenarios desastrosos, pero se borran cuando escucho que destraban los pestillos.

Ruego en silencio, igual que una pequeña asustada, para que el carruaje se ponga en marcha, para que no lo revisen y para que no hagan preguntas. Y siento mi alma elevarse cuando las ruedas empiezan a crujir en el pasto. Nos movemos. Las calles se me hacen largas a medida que avanzamos. Vuelvo al asiento y juego con las manos. Los nervios me tienen presa, me cierran el estómago y me hacen tiritar. Ya quiero poner un pie afuera y caminar con libertad. Ya quiero salir de Cristeners y resguardarme en un lugar de donde no puedan sacarme. Ya quiero reunirme con los míos y olvidar el pasado. Ya quiero soltar mis cadenas.

—Hemos llegado, señorita. —El paje me abre la puerta—. El rey la está esperando en el carruaje que tenemos al lado.

Me asomo por la ventana, nerviosa. En efecto, hay otro carruaje mucho más grande de color blanco, con cromados dorados y un banderín con el escudo de Cristeners en el techo. No pierdo el tiempo y salgo hacia allá. Otro paje me ayuda a subir y cierra la puerta.

—Emilia. —La voz de Magnus me recibe.

Tiene el cabello mojado y peinado hacia atrás. ¿Viene de darse una ducha? Luce fresco con una camisa y un chaleco negros. Hoy no hay chaquetas ni capas o corona. Es una versión sencilla de él, si es que eso es posible.

Me lanzo a su cuello y lo abrazo, demasiado emocionada como para cohibirme. Quiero que note cuán feliz y agradecida estoy por su ayuda. Me toma de la cintura, me sienta en sus piernas y me estrecha fuerte entre sus brazos. Por lo que parece un minuto, no dice una palabra. Solo se escuchan nuestras respiraciones y el roce de su mano contra la tela de mi vestido a medida que me acaricia la espalda. Es como si de repente el mundo hubiera desaparecido. Ni siquiera estamos en un carruaje. Solo estamos existiendo, quién sabe dónde, los dos juntos.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora