Capítulo 20.

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Emily

Nunca. Nunca. Nunca.

Nunca voy a superar lo que sucedió. Pensaré en ello cada noche, pensaré en ello cada día. Pensaré en ello cuando me despierte, cuando me vaya a dormir, cuando me duche, cuando tome mis comidas, cuando me mire al espejo, mientras exista. Magnus estará por siempre en mi recuerdo.

Christine y yo hemos pasado parte de la mañana buscando el mejor atuendo para hoy y al final hemos escogido un vestido blanco de mangas caídas llenas de flores azules que bajan hasta el inicio de la falda. Es precioso. Delicado con la tela de gasa brillante que lo hace lucir como si estuviera lleno de azúcar. Llego al comedor y tras hacer las respectivas reverencias, tomo mi lugar rápidamente.

No dirijo mi atención a nadie. Ni a Magnus. Si en verdad debemos cuidarnos del nauseabundo Aldous, no puede ver entre nosotros ni siquiera un intercambio de miradas. Por eso tampoco miro a Ansel, no soy capaz. Además, desde lo que Magnus me contó ya no me da buena espina.

Recuerdo esa noche en la que llame al rey Lacrontte por su nombre y se quedó paralizado. Ahora me doy cuenta de que no era porque creía que hacer una fiesta era mala idea, sino que ahí, sin notarlo, le di el primer indicio de algo pasaba entre nosotros. Fue un descuido que no debió pasar.

—Hoy en la madrugada hubo un gran escándalo —Aldous no tarda en hablar después de que nos sirven la comida—. ¿Alguien sabe qué sucedió?

Nadie responde. Cruzan miradas entre sí y nada más. Claro, como ahora incluye a Stefan, los Wifantere no se unirán a la burla. ¿Por qué harían chistes de que el esposo de uno de los suyos fue a reclamarle a otra mujer? Hipócritas.  

—¿Nadie? —prosigue. Se comporta igual que un joven inmaduro que le fascina crear discusiones—. Una lástima. La señorita Malhore debería acompañarnos en una reunión. Su compañía sería bastante estimulante.

—No veo razones —Stefan es quien interviene sin ni siquiera mirarlo. Sus ojos siguen puestos en el plato frente a él.

—Careces de visión. Estoy seguro de que las cosas marcharían mucho más veloz con ella presente. Magnus, por ejemplo, me devolvería las tierras que me quitó. Al menos habría alguien que lo convenciera de hacerlo.

—Yo no te he quitado nada —La voz del rey Lacrontte es implacable. No está contento.

—Tus padres sí.

—Entonces comunícate con ellos.

—Tienes gran sentido del humor, Magnus. —Suelta el tenedor y se levanta de su asiento.

—Rey Magnus para ti —Él también suelta el suyo y se dedica a seguirlo con la mirada cuando empieza a moverse.

Esto no se siente bien. Hay un ambiente pesado como la neblina en la mañana. Todos aquí conteniéndose, tratando de un empujar al otro a un barranco, desviando la mirada mientras le apuntan a alguien. De repente hace calor y no es el vapor inexistente de una comida que se vuelve fría al no ser consumida por nadie. Los guardias presentes se ponen alertas. Cuatro tipos de uniformes, colores, escudos. Todos pendientes de cualquier amenaza que ponga en riesgo la vida de sus reyes.

—Yo también tengo mis dotes de comedia —Aldous pasa por detrás de Ansel y le toca la cabeza, lo acaricia como si fuera un cachorro—. ¿Cierto, mi estimado conde?
Él no responde. No creo que sepa siquiera lo que pasa por la mente del repulsivo rey de Grencowck.

—Le pediremos que vuelva a su silla, majestad —Ingellus pide con su voz ronca. Lo evalúa contrayendo sus espesas cejas blanquecinas, estudiándolo igual que a una pequeña especie recién encontrada. Para sorpresa de nadie, Aldous no obedece.

—¿Por qué? Soy un ser inofensivo.

Cruza al lado de Lerentia y dobla la esquina de la mesa hasta la reina Magda. El comedor se divide en bandos. Del lado izquierdo se encuentra la guardia amarilla de Grencowck, justo detrás de los lugares que ocupan los suyos, también hay un par de guardias azules de Mishnock custodiando a la señora Denavritz y justo en las esquinas se halla la guardia gris, protegiendo a los Wifantere. A los reyes en cada punta y a Lorian quien está a la diestra de su padre.

Del lado derecho hay más guardias mishnianos detrás de Stefan y Atelmoff, quien se sentó a mi lado. El siguiente en fila es Francis, luego está Magnus y en el borde Ingellus. Todos ellos protegidos por una hilera de guardias lacrontters.

—¿Sabían que el rey Magnus estuvo a punto de casarse?

Me quedo inmóvil. Eso no lo sabía. ¿Con Vanir? ¿Es por eso que ella insiste tanto en hablar con él? Iba a ser su esposa. Iba a ser la reina de Lacrontte. Siento como si mi corazón tomara una soga y empezara a asfixiarse. Bajo la mirada para que no vean como abro los ojos y contengo la respiración para evitar cualquier suspiro o jadeo de sorpresa.

—Me atrevo a decir que cada uno de los que estamos aquí ya tenía conocimiento de eso —Lorian es quien responde, bastante irritado. Es evidente que le molesta la mención de esa mujer. Primera vez que ambos tenemos algo en común.

—Creo que no todos. La reacción de la señorita Malhore me da una respuesta. ¿Tiene algo que decirnos? —pregunta. Se acerca despacio como un gato acorralando a un ratón.

—Nada que quiera que usted sepa —Imposto en mi voz la seguridad con la que debe hablar una soberana.

—No se preocupe. Ya he confirmado mis sospechas.

Lo escucho detenerse detrás de mí. Siento su cuerpo, su cercanía, sus ojos en mi nuca y el olor desagradable y abrasivo de su perfume. Es vomitivo.

—Será mejor que se aleje, majestad —Francis se vuelve a él. Demasiado cerca del rey enemigo. Esto podría salir muy mal.

—No pienso caminar mucho más. Aquí tengo lo que busco —Parece hablar a mi oído, aunque sé que debe estar más lejos—. Me he preguntado ¿quién saldría al rescate de la única persona que no tiene guardias para protegerla?

Las cosas pasan en segundos. Ninguna persona es tan rápida como evitar lo que sucede. Lo próximo que siento es como jalan mi cabello hacia atrás y luego estrechan mi cabeza violentamente contra la mesa. Mis sentidos se aturden con el golpe, mi cabeza duele y mi nariz arde. Todo me da vueltas como si me hubiera hecho diminuta y estuviera atrapa en la rueda de un carruaje.

Mi vista se distorsiona y por un momento no logro escuchar nada. Ni un grito o susurro, es como si mi mente estuviera procesando lo que pasó, recomponiéndose y ha convertido mi alrededor en una escena muda.

De repente alguien me toma de la cintura y me arrastra hasta el suelo. Cada cosa me toma un parpadear. Luego estoy bajo la mesa del comedor y entonces un par de ojos azules me observan con preocupación. Ahí vuelvo a la escena.

Stefan se encuentra arrodillado a un lado de mí, cubriéndome. Los sonidos regresan. Los disparos, las órdenes, los gritos, los golpes, los platos cayendo, mi cara sucia. Es irónico que sea justo él quien me limpia las mejillas, quitando la suciedad que dejo la comida en mi rostro y los pequeños cristales de la vajilla rota en mi cabello.

Escucho pasos apresurados y llamados de angustia. Llaman a Stefan y él no contesta. Lo buscan. Supongo que evacuan a los monarcas. Él también debería salir. Mi cabeza está inclinada a la derecha. No logro ver demasiado debido a las sillas tiradas, pero hay una mano que sube y baja tan veloz que por instantes no es más que un borrón. Esa mano es inconfundible para mí. Una mano grande, empuñada, enfundada en anillos que le pega una y otra vez a alguien en el piso.

—No te duermas —Stefan me susurra mientras da golpes suaves en mis mejillas—. No cierres los ojos, Emily.

Siento una parte de mi pelo húmedo. Sé que es sangre. Puedo sentir las palpitaciones en la zona de la herida. De verdad lo intento, pongo toda mi concentración en no ceder al sueño que me tira hacia él. Respiro despacio, luchando, pero como si un velo se cerniera en mi cabeza, mis ojos empiezan a oscurecerse y entonces todo se desvanece.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora