Capítulo 25.

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Magnus

Emily está de espaldas a mí, cerrando con pestillo la puerta. Es como un ciervo que no nota el peligro el arma del cazador que apunta hacia ella. Confía en mí y yo confío en ella.

Me trajo a una biblioteca. La misma en la que me reuní con Wifantere en su momento. Interesante elección. Espero que los libros amortigüen nuestras voces. Luce hermosa de rojo, aunque no se lo diré. A decir verdad, luce hermosa en cualquier color y también con corsés. Me enciende la manera en la que se le alzan los pechos, apretados contra la dureza de las varillas. Es malditamente excitante. Ella no lo sabe, pero podría vestirse con uno, pedirme lo más descabellado que se le pase por la cabeza y lo cumpliría. Sin pensar en nada más que su cuerpo en esa prenda, lo haría.

Se vuelve, emocionada por lo que seguro sabe que pasará, por el peligro, por el morbo y lo prohibido. Se muerde el labio y da zancadas largas hasta mí. Inclina el cuello hacia un lado y me mira, esperando que diga algo y que empiece con mis órdenes, como suelo hacerlo. Ya se acostumbró, ya es tan sumisa como siempre quise que fuera.

—¿Quieres que hablemos? —pregunta ante mi silencio.

Tiene el ceño ligeramente fruncido. Ella no quiere hablar, pero estará dispuesta a hacerlo si es lo que yo quiero. Ya la conozco. Las ondas del pelo le caen a un lado, como la vela de un barco al inclinarse, como las banderas raídas después de una batalla cuando el viento las mueve. Espera por mi respuesta.

—No, no quiero hablar. —Reconozco mi voz. Es la de siempre, la del rey, la del soberano que no acepta discrepancias más que de la mujer que tiene al frente—. Hay muchos libros aquí. Me recuerda a la época en la que leías para mí en Lacrontte. Emily, ¿cuál es tu segundo nombre?

No sé por qué no se lo había preguntado antes. Es el tipo de cosas que un novio debe saber de su novia, ¿no?

—Ann. —Me sonríe. Las líneas de los costados de su nariz y de la comisura de sus labios aparecen cuando lo hace. Puedo imaginar lo marcadas que estarán cuando sea anciana—. Soy Emily Ann Malhore Lanreb.

¿En serio? Es el segundo nombre más feo que he escuchado después del de Elisenda, la exnovia de Gregorie.

—¿Ann? ¿Emily Ann? —Ella asiente—. Qué peculiar.

—No puedes decir nada cuando tu segundo nombre es un número.

—Es un número regnal. Hace parte de mi linaje. Más bien que la vida se apiada de la niña que se llame Emily Ann II.

Se ríe y es un sonido suave, juvenil. Es como si nunca la hubieran dañado. Es pura y bonita.
Me doy la vuelta porque me incomoda. La cabeza me grita y todo aquello que tengo atado lucha por liberarse. Paso los dedos por los lomos de cuero desgastado de los libros, leyendo los títulos sin darles demasiada importancia. Siento el grabado de las letras doradas, ahora descoloridas por los años, y la textura de las pieles de quién sabe qué animal. La historia de Cristeners contada en tomos y tomos está acá.

—Tras firmar la paz hoy, los diálogos se acaban. Ya no estaremos aquí. Yo volveré a Lacrontte y tú, a Mishnock —digo sin mirarla—. Podré ir a visitarte, pero no será tan seguido. Me faltarás.

—Y tú a mí.

Eso basta para que me gire hacia ella. Sigue de pie donde la dejé. Tiene las manos unidas al frente y la tristeza pegada en el rostro. Ya no hay luz en su mirada, solo dolor.

—Eres muy importante para mí, Magnus.

—Después de mi patria, para mí estás tú. Tendremos que hacer algo al respecto.

—Haré cualquier cosa.

La pena se le va, dando paso a la esperanza. Aguarda por una solución que cree un camino que nos una, que señale una salida para ambos.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora