Capítulo 33.

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Magnus

Una invitación de matrimonio puso de nuevo a Cristeners en mi mapa.
Me costó llegar aquí. Los viajes largos me desesperan y no lo cierto es que no deseaba regresar al lugar en el que le rompí el corazón a la mujer que quiero. Aunque luego de lo que Gregorie me ayudó a conseguir, se puede decir que Roswell queda más cerca de Lacrontte.

Desde hace unos años he tenido en la mira a Dinhestown. Lo quería para mí porque mi madre viajaba mucho hacia allá cuando era joven. Mi padre tenía una muy buena relación con su rey y lo visitamos en más de una ocasión. Es un paraíso verde con una costa. Tuve una pequeña obsesión con él a mis diecinueve años. Creía que si me adueñaba de este lugar, podía tener algo de mi madre, por eso hice una oferta por el territorio. Joacatz Hazerot, su rey, se negaba a venderlo. Lo dejé de lado por un tiempo, ya que tenía cosas más importantes de las que encargarme, hasta que recordé los jardines de Refcold.  Ellos son mi último recurso.

Dinhestown fue mucho más fácil que Grencowck. Hazerot es un hombre pacífico que no invierte mucho en poder militar y, por supuesto, no esperaba un ataque. Se rindió fácil cuando entré al palacio. Le di la opción de marcharse con vida, fue inteligente y la tomó. Ahora los jardines de Refcold son míos y pronto serán de Emily. Con eso tiene que perdonarme.

—De saber que me iba a ignorar, no habría venido.

Francis habla detrás de mí. Vine con él, pero no hemos conversado demasiado. Todavía no sé cómo tomarme que salga con mi abuela. ¿Eso en qué lo convierte? Ni aunque me claven una espada en el pecho le diré abuelo.

—¿Cuándo pensabas contármelo? —Me vuelvo hacia él.

—¿Debía hacerlo? Supuse que era mi vida privada.

—No me hagas perder la paciencia, Modrisage.

Sonríe. Tiene el atrevimiento de sonreír.

—Me recuerda a la época en la que me hacía escándalos porque quería salir del palacio. Me llamaba por mi apellido cuando se enojaba. —Abro la boca para replicar, pero me interrumpe—. Ya sé que no es lo mismo. No pienso renunciar por ahora. Y si me caso con Aidana, no lo invitaremos.

—No me resulta gracioso.

Él sabe lo mucho que me desagradan las ceremonias de cualquier tipo. Mucho más si no soy yo el protagonista. Por ello no fui a la iglesia. Prefiero esperar a que vengan aquí, al palacio, para la celebración. Salí tarde de Lacrontte adrede. Bueno, por eso y porque no quería encontrarme con Emily.

—Tal parece que no hubo boda. El príncipe y la señorita Claire llegaron hace un rato y los demás después. El rey Everett no se veía nada contento. Por el pasillo se rumora que el joven Wifantere abdicó.

¿Me sorprende? No. Era obvio que no se casaría. Pero que abdique es inesperado. Es una decisión estúpida que me dejará sin aliados.

—Qué comunicativa es la servidumbre aquí. ¿Son iguales en Lacrontte?

—Mucho más rápidos.

Los imagino murmurando sobre el mal humor que he tenido estos días… y siempre.

—¿Emily está aquí?

—Lo más seguro es que haya venido con el resto.

No sé si quiero verla, es decir, claro que quiero, pero no antes de tener claro cómo le explicaré que me apoderé de Dinhestown. Aunque estoy seguro de que ya lo sabe. ¿Por qué tenía que gustarme justo la más pacífica?

—Majestad. —Uno de los guardias toca la puerta—. El príncipe Lorian está aquí y quiere verlo.

Miro a Francis y él a mí. No esperaba que viniera, aunque tampoco me extraña. La tormenta en su cabeza debe ser gigantesca.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora