Capítulo 1.

716K 61.3K 39.5K
                                    

Emily

Diciembre ha abierto sus brazos y nos ha arropado con brisas fuertes. Ahora recorro sus semanas como a los pasillos del palacio. Voy cabizbaja, triste, esperando el momento en que pueda tomar entre mis manos la carta hacia la libertad y volver a sonreír. Algo que parece estar demasiado lejos. Los días han sido tortuosos y en todos ellos parece que arrastrara cadenas en mis pies. Cada mañana me marchita y cae sobre mi espalda como un enorme bulto. Uno tras otro, aumentando mi carga, mi dolor, mi encierro.

No tengo mucho que decir sobre este tiempo, lo único digno de recordar es aquella noticia que no ha salido de mi cabeza desde el instante en el que la leí: Lacrontte ha sido atacado por el rey Aldous. Sí, el soberano de Grencowck, logró violar la seguridad de la guardia negra e incluso, pudo extender su ira hasta las entrañas de la casa real.

Me cuesta imaginar a nuestros victimarios siendo víctimas, parece como un chiste sin sentido, algo tan irreal como ver a un pez volar, pero sucedió y la noticia adornó los diarios de Mishnock por una semana. Todavía nadie se explica cómo sucedieron las cosas, como pudo el monarca de Grencowck desplegar su ejército en un reino tan protegido como Lacrontte, aunque es clara para mí la motivación: el oro robado de las bóvedas. Uno que yo ayudé a sustraer.

Mi pueblo celebró el acontecimiento como si hubiese sido nuestro ejército el perpetrador. Se oía el cántico de la marcha del rey en las calles, nuestro himno. Muchos mishnianos ahora muestran su apoyo al rey Sigourney, sin saber la clase de cerdo que es, la precariedad en la que mantiene a sus súbditos y el lúgubre paisaje que pinta su territorio. Es prácticamente un reino contaminado y sucio.

Cuando leí el titular ese lunes por la mañana mi piel se erizó. Solo había una imagen y con ella bastó para que mi corazón se arrugara como la yema de mis dedos al estar mucho tiempo en contacto con el agua. El rey Aldous sostenía una bandera de Lacrontte rota y a medio quemar mientras sonreía en las escaleras de la entrada principal del palacio real.

Parece como si el cielo le hubiese mandado un obsequio a Stefan y que justo para la fecha de su boda no tuviera que temer ningún atentado de parte del rey Magnus, pues él estaría ocupado reparando los daños que, como un huracán, Aldous dejó en sus calles tras mancillarlas.

Desde ese día, me pregunto ¿cómo se sentirá ese Lacrontte tan orgulloso? Todas las noches pienso en él y me aflige un poco su situación, porque sé lo que es ver tu nación vulnerada, humillada, y eso es lo que al mismo tiempo me enoja. No quiero sentir compasión por la persona que me ha hecho vivir con miedo tantos años, pero la siento. Me gustaría no tener un corazón tan débil de emociones, aunque, para mi mala suerte, tengo uno tan blando como una pasa.

—Querida —Atelmoff entra en mi habitación con la vivacidad que lo caracteriza. Se mueve de un lado a otro, feliz. Tiene algo que contar. Estoy segura—. ¿Cómo amaneciste?

—No tan alegre como tú. ¿Hay una razón en particular para el buen ánimo?

—Me enteré de algunas cosas. Cosas muy interesantes. ¿Quieres saber de qué se trata? —Arrastra una silla hasta mi cama y tras sentarse, cruza las piernas—. Bien, te lo diré, ya que insistes tanto. Stefan sigue enviando cartas a Magnus para los acuerdos de paz y hoy hubo una respuesta. No confirmó, pero tampoco se negó. Hay esperanza.

Si de verdad el rey Lacrontte accede a los acuerdos de paz, será algo sin precedentes. No se intentaba algo igual desde el reinado de su padre, el rey Magnus V. Y la verdad es que los antecedentes no son buenos. Esos diálogos de paz lo llevaron a la muerte, por lo que se podría entender el por qué su hijo no quiere aceptarlos.

—Sin embargo, eso no es lo más importante —agrega emocionado—. ¿Quieres que te cuente? —No espera respuesta y continua—. Lo haré, solo porque estás muy insistente esta mañana. Hay alguien que nuevamente está soltero.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora