Capítulo 30.

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Emily

—Emily —Mia me habla desde el tocador.

No sé cuánto tiempo he dormido. Después de desahogarme con mi madre, el cansancio por las lágrimas me venció y caí rendida. Ni siquiera sé qué hora es, ni siquiera sé si estoy en el mismo día.

—¿Ya amaneció? —pregunto, somnolienta.

—Sí. ¿No quieres desayunar?

Me levanto de la cama como puedo y me quedo sentada con las sábanas a mi alrededor. El sol que entra por la ventana me golpea en la cara con la fuerza de un martillo y me cuesta abrir los ojos.

—Emily, ¿te puedo hacer una pregunta? —Mia me habla con energía. Asiento lento, porque estoy a punto de volver a quedarme dormida—. Ahora que ya estás aquí, ¿no enviarás dinero?

¿Qué cosa? De golpe la miro, confundida. Inclino la cabeza hacia un lado y busco la broma en su cara. No hay nada. La veo seria y hasta preocupada.

—¿Cómo que dinero, Mimi? No entiendo.

—El dinero que envías, no te desentiendas. Papá se lo manda a la abuela y dice que es de tu parte porque, ya sabes, a la perfumería no le va bien y tú envías dinero por eso, ¿no?

Claro que yo no envío nada. ¿De dónde sacaría dinero en mi encierro? Estoy segura de que mi padre envía de lo poco que ganan y lo hace pasar a mi nombre para que la abuela crea que todo va bien. Y es que nadie sabe esto. Nunca se lo conté a Stefan ni a Atelmoff. La única persona que está enterada de la situación de mi familia es… No. No puede ser. Yo se lo conté. Le dije que mi familia estaba en quiebra debido a mi estancia en el palacio. Es él, no hay otra opción.

—Si no estoy en el palacio, no es posible que envíe —miento para no exponer a mis padres—. ¿Cuánto dinero llegaba hasta acá?

—Muchísimo. Más de diez mil tritens a la semana.

¿De verdad? Ni siquiera para eso es inteligente Magnus. ¿Diez mil tritens? ¿De dónde se suponía que yo sacaba diez mil tritens cada semana? Con eso podría vivir como una noble por unos meses y él los enviaba cada semana.

—¿Sabes? Me gustaría que te quedaras aquí, aunque ya no envíes más dinero.

Sonrío. Mia siempre sabe cómo hacerme sonreír. La amo tanto que quisiera protegerla del mundo para que nunca le hagan daño y que nunca le pase lo que a mí me ha pasado.

—A mí también me gustaría quedarme contigo.

—Mily, ¿el rey Magnus es tu novio? —pregunta y entonces se me borra la sonrisa.

—Por supuesto que no —contesto más hosca de lo que pretendía.

¿Cómo pude un día desear que lo fuera?

—¿Entonces por qué ayer le gritaste y él no hizo nada?

—Son cosas de las que no me apetece hablar, Mia.

El buen humor que tenía se diluye poco a poco. La mención a ese hombre me pone de malas.

—De acuerdo. ¿Bajarás a desayunar? —insiste y, para este punto, prefiero ir a comer sin el más mínimo rastro de hambre que quedarme y darle la oportunidad de que haga otra de sus preguntas.

Camino al baño arrastrando los pies. Cuando me miro al espejo, descubro lo hinchados que tengo los ojos. No hay manera de que esto mejore en las próximas horas. Parece que me picaron abejas o que soy alérgica a algo. A la presencia de Magnus, por ejemplo. Tomo una ducha fría y vuelvo a la habitación. Mia insiste en que baje a desayunar y a regañadientes le obedezco. Lo único que quiero es meterme debajo de las sábanas y seguir llorando.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora