Capítulo 23.

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Emily

Han pasado tres semanas. Tres semanas desde que Magnus se fue. Tres semanas en las que cargo su anillo en mi collar. Tres semanas en la que los acuerdos de paz han pendido de un hilo. Y dos semanas desde que Lacrontte invadió Grencowck. Dos semanas desde que el rey Aldous está muerto. Dos semanas desde que Grencowck fue borrado del mapa y su territorio fue dividido entre Lacrontte y Cromanoff.

Lo extraño. Extraño muchísimo a Magnus. Mis noches son solitarias sin él. Me acostumbré a verlo, a oírlo, a sentirlo. Ya me había adaptado a mantenerme despierta para esperar la media noche, a pasar un rato pensando en que usar, como peinarme y que perfume ponerme. No he tenido nada de eso, solo las discusiones de Stefan sobre que deberíamos regresar a Mishnock y las refutaciones del señor Ingellus de que Magnus va a regresar. A eso me he aferrado. Tiene que regresar.

El agua fresca de la bañera es una recompensa después de un día caluroso. El cabello mojado me gotea en la cara y en la espalda, invade mis ojos y humedece mis cejas y pestañas. Tuve que venir aquí para buscar el sueño, pues como me ha pasado todos estos días, mi sueño no llega hasta pasada las tres de la mañana. Esa era la hora en la que por lo general volvía de ver a Magnus. Las campanadas del reloj anunciando la media noche sonaron hace una hora y yo sigo aquí sin una pizca de cansancio.

—¿Christine? —Me yergo y apoyo en el borde de la bañera cuando escucho unos pasos afuera—. ¿Atelmoff? —digo a la nada al no obtener respuesta.

Sé que no es Amoff. Él nunca pasa sin obtener autorización previa. Salgo de la bañera y dejo un camino de agua a mi paso hasta el lugar en donde cuelga mi bata. Me la pongo rápido y anudo el lazo con presura. No quiero que me encuentren desnuda. Debe ser Christine, no hay otra opción. Lo que no entiendo es que busca a esta hora.

Abro la puerta del cuarto de baño y me paralizo de inmediato. Mi corazón se acelera, la sonrisa se dibuja en mi cara, mi cuerpo se inquieta por un subidón de adrenalina, en mi estómago parece que florecen miles de flores y me dan unas ganas irremediables de correr y saltar… sobre él.

—¡Magnus! —Mi voz no es más que un suspiro incrédulo, añorante. Parecido al de esa esposa que creía a su esposo muerto en la guerra y lo ve llegar a casa.

El brillo de sus ojos verdes me recibe, me despiertan, me avivan. Está de pie con los hoyuelos adornándole el rostro y el cabello revuelto. Tiene una capa negra que le acaricia los zapatos pulidos, hebillas circulares doradas que la sostienen a cada lado de su pecho y una cadena que cuelga en medio. Ya ni para que hablar de su ropa, es lo que siempre usa. Parece como si viniera de dar un discurso importante y se escapó de la reunión para venir a verme.

Luce igual que cuando se fue. No hay rastro de barba u ojeras. No luce como alguien que ha invadido un reino y sacrificado a su rey. No me he acercado y ya huelo la madera en su perfume. No me he acercado y ya puedo sentir sus brazos rodeándome, su cuerpo. No me he acercado y ya puedo escuchar su voz susurrando a mi odio. No me he acercado y ya me duele su ausencia.

—Emilia. —Me contesta con la naturalidad de siempre, como si la última vez que nos vimos hubiera sido ayer, mientras tanto yo no concibo que esté aquí. ¡Por fin regresó! Se me ha hecho largo el camino de su espera.

—¿Cuándo llegaste?

—Hace diez minutos.

—¿Y qué hiciste en esos diez minutos en vez de venir directo acá?

—No te recordaba tan dominante.

—Lo aprendí de ti.

Juro que puedo ver su sonrisa de orgullo.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora