Capítulo 29.

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Emily

Palkareth ahora me parece extraño. Cuando llegué y vi sus calles, me entró una nostalgia gigantesca, como si estuviera viendo una fotografía de un lugar que una vez fue mío. No es que me haya acostumbrado a Lacrontte o a Cristeners, es que ya me desacostumbré a recorrer estas calles como lo hacía antes, a tener libertad, a ser una ciudadana más entre la multitud.

Al llegar a casa, mamá me recibió con los brazos abiertos, una sonrisa en la cara y lágrimas en las mejillas. Jamás olvidaré el dolor en sus ojos. Me sentí como una niña de seis años de nuevo, buscando su consuelo luego de caerme y rasparme las rodillas. Ella limpiaría la herida y me pondría una venda. Lamentablemente, no hay vendas para el corazón y, más que un raspón, tengo un corte tan profundo como el océano.

Papá vino de la perfumería minutos después. No soy capaz de imaginarme su expresión cuando se enteró de que había vuelto, pero puedo imaginarme lo que sintió. Regresó la camelia que habían robado de su macetero y que creyó que no volvería a ver antes de marchitarse. ¿Y si le dijera que me siento un poco marchita? Estoy segura de que gastaría todo su tiempo en ayudarme a florecer.

Liz apareció luego. Me gustaría contárselo todo, aunque ya sé lo que respondería: «te lo dije». Me recordaría cuántas veces me advirtió que no confiara en él, que me alejara. Cuánto me hubiera gustado hacerle caso. Ya es tarde para seguir los consejos de una hermana mayor.
Rose fue la tercera en aparecer. Me abrazó, me abrazó tanto que me dolió el cuerpo. Me llegó el recuerdo de cuando me abrazaba cada mañana al inicio de las tutorías. Tampoco le conté. Es como si la confianza se hubiera roto, como si le hubiera fallado. ¿Qué podía haberle dicho? «¿Recuerdas cuando me dijiste que te casarías con el rey Lacrontte? Pues fui su novia por menos de una semana». Sé que no le debo nada, que eran fantasías, y, aun así, se siente extraño.

Esperé a Nahomi para confrontar sus cartas. Las traje conmigo. Sin embargo, ella no apareció. Estuve revisando sus palabras todo el camino. Mencionó el libre albedrío, dijo que no podía prever qué sucedería porque estaba muy lejos de mí, que ese mismo libre albedrío se lo impedía. ¿A esto se refería? Magnus tuvo la opción de no romperme el corazón y decidió hacerlo.

—¿Cuánto tiempo te quedarás? —pregunta Rose mientras subimos a la habitación.

Tiene la sonrisa de siempre, aunque esta vez no logra contagiármela. No tengo ganas de reír. Luce hermosa, con la piel brillante, el cabello lleno de rizos y pasos seguros, como si jamás la hubieran lastimado. Aún tiene esa energía juvenil con la que podría conquistar naciones. Esa es mi amiga, la que ahora siento que no es mía.

—No lo sé —respondo sin demasiado ánimo—. Ojalá toda la vida. ¿Tú cómo vas?

Me pregunto si pensará en lo que pasó, si finge estar bien o si en realidad lo está. ¿Lo habrá superado? ¿Habrá vuelto a saber de Silas? No lo creo.

—Encerrada en un reino en el que no quiero estar, viviendo una vida que no quiero llevar.

Debí esperar esas quejas. Lo que me sorprende es mi rechazo por ellas. Desde que la conozco, la he apoyado en todo y, hoy, si me propusiera escaparnos de Mishnock, no lo haría. No lo haría con ella. Puede que sea mi rechazo por las consecuencias de lo que una vez fue un acto inocente. Lo que desencadenó escaparme esa noche. Una parte de mí lo relaciona con ella. No me arrepiento de ser su amiga, sino de dejarme influenciar tantas veces. Y no la culpo, no del todo. Yo fui la que aceptó ir con ella a esa fiesta en casa de los Maloney, quien aceptó acompañarla al palacio para contarle a Silas sobre su embarazo. Mi ingenuidad cedió y ahora pago los errores de mis actos.

—Aunque ahora tengo un trabajo —continúa—. Trabajo en una botica. Estoy aprendiendo mucho del boticario. Sé de plantas medicinales y venenosas. ¿Y tú qué me cuentas? ¿Cómo va la vida en el palacio?

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora