Emily
Antes de ingresar a la alcoba de Magnus, sale de ella aquel hombre de cabello blanco al que presentaron como Ingellus, el jefe de su concejo de guerra. El señor me rastrea de arriba abajo con rapidez. No le gusta lo que ve.
—¿La puedo ayudar en algo, señorita? —La pregunta tiene un deje odioso que se siente a metros.
—Viene a ver al rey, señor —le informa uno de los guardias por mí.
—¿A esta hora?
¿Acaso hay horario sugerido?
—Ella puede venir cuando lo desee, Brayden.
La voz de Magnus aparece, seguida de su figura. Se asoma por la puerta, se detiene bajo el marco y se inclina contra él con los brazos cruzados. Sigue arreglado, aunque sin corona. Las horas no pasan para él: parece que tuviera el cabello recién peinado, la camisa no presenta ninguna arruga y el pantalón de corte recto le baja impoluto por sus piernas largas. Se ve relajado, como si hoy fuera un hombre de negocios que triunfa en la vida y no un rey que se juega la paz de su nación.
—¿No es ella la plebeya de Stefan?
—¿Qué opinas de eso, Emily? ¿Es ese tu nombre?
Me mira como un comandante a su soldado a la espera de que dé los mejores resultados en batalla. ¿Qué quiere? ¿Que yo misma me defienda?
—Soy Emily, señor Brayden —contesto con valor—. Emily Malhore. Y no, no soy la plebeya de nadie.
Una sonrisa diminuta se forma en los labios de Magnus, que está orgulloso de mi respuesta.
—Sabe bien a lo que me refiero, majestad —continúa él, ignorándome—. Es su exnovia.
—Retírese, Brayden. En silencio. Y no quiero escuchar ninguna otra réplica salir de su boca. Buenas noches.
El hombre traga en seco. No le gustó esa respuesta, pero no puede hacer nada. Es el rey y aquello fue una orden. Únicamente le resta agachar cabeza y acatar. Ver cómo reprime las palabras, se yergue con el ego herido y me mira con recelo me causa bastante satisfacción.
—Buenas noches, majestad —suelta de mala gana antes de ponerse en marcha.
El rey de Lacrontte es severo y contundente, igual que el filo de una guillotina. Sus palabras no dan pie a discusiones porque él no habla, ordena. Me toma de la mano y me jala hasta el interior de su alcoba. Da un portazo y me pone contra la madera.
—Hola, Emilia. —La severidad se le diluye de los ojos, pero no la fuerza. Tiene la mirada de una fiera, de un cazador.
—Comienzo a pensar que tienes una fijación por encerrarme con tu cuerpo.
—Un poco, sí.
—Creo que no le agrado a ese hombre.
—¿Te afecta? Lo acabas de conocer, no debería importarte.
—Bueno, es que me gusta que la gente sea amable.
—Ese es uno de tus mayores problemas: esperas mucho de la gente, Emily. Las personas son horribles. Debes defenderte; conmigo lo hacías. Vi que te quedaste callada cuando Ingellus dijo que eras la plebeya de Stefan y odié eso. Abre la boca, discute, di lo que te apetezca.
—Hacer eso suele meterme en problemas y estoy en una etapa de mi vida en la que quiero evitarlos.
—Pues conmigo las cosas no funcionan así. Si algo recataba de Emery Naford era su insubordinación.
—De acuerdo, lo hago, pero ¿qué pasa después de que me meta en un lío? ¿Cómo saldré de ahí? Soy consciente de que no le agrado a los Wifantere y si discrepo de ellos tienen todo el derecho de sacarme del palacio.
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Las cadenas del Rey. [Rey 2]
General FictionLa hija de los perfumistas Malhore ahora vive en el palacio, después de ser traicionada por quien creía era el amor de su vida. Siendo prisionera del nuevo Rey Stefan Denavritz, Emily empezará a envolver su corazón en una guerra de sentimientos, cua...