Magnus
—¿Pudo hablar con la señorita Malhore? —Francis pregunta a mi espalda. Soy capaz de sentir su mirada en mi espalda, observándome mientras acomodo las mangas de mi camisa.
No he podido sacar de la cabeza lo que pasó ayer o ¿debería decir hoy a la media noche? Sigue fresco, vivido. Juro que si cierro los ojos puedo sentir sus pechos en mis manos, escuchar como jadeaba y la manera en como me miraba cuando llegaba al final. Sin embargo, hay algo que borra lo demás y toma importancia. Se deshizo del miedo conmigo, para mí. Me permitió ver más allá y no habló de su cuerpo. Eso me hace… me hace… dudar.
—¡Majestad! —Corta mis pensamientos igual que una hacha en un tronco—. ¿Me escucha?
—Ah, sí —recuerdo lo que pregunto—. Hablé con ella. Todo está solucionado.
—Tiene suerte de haberla encontrado. De que tenga la paciencia para entenderlo. No somos muchos en el mundo.
¿Usa a Emily para elogiarse? Un escalón nuevo en el camino de la vanidad.
—Hay algo que no me está diciendo. Veo las hormigas subírsele a la cabeza.
—Pues córtame la cabeza —Me siento en el sillón y lo miro desde ahí. El sillón en el que he estado con Emily. En el que la enfrenté la primera vez que vino a mi habitación, en el que la senté en mis piernas para contarle lo de Gretta, en el que se sentó para discutirme sobre el periódico.
—Es más sencillo que me diga lo que hay dentro. No me gustaría manchar mi traje con sangre.
—¿Y si me estoy equivocando? —Suelto la telaraña que no tardará en desarmar.
—¿En qué exactamente?
—En el plan. En usarla.
Se queda en silencio. El único ruido es el zumbido de la brisa exterior. Es un retrato con las manos detrás de la espalda y la cabeza ligeramente inclinada. ¿Qué tanto piensa?
—Creí que ese plan estaba en el olvido.
A veces pienso lo mismo. Cuando estoy con ella no me acuerdo ese maldito plan. Jamás le he hecho una sola pregunta respecto a nada.
—Pues no. Es como si tuviera claro mi objetivo hasta que la veo. Entonces se me olvida a que iba.
—Me alegra mucho.
—No es gracioso, Francis. —La pesadez de mi mirada cae en él con la fuerza de un huracán.
—No me considero un hombre con especial sentido del humor.
—No quiero desviarme por ella.
—Puede desviarse con ella. Llévela a su camino, no vaya al suyo.
No me agrada en lo absoluto lo que sucede. No hago otra cosa en el día que esperar que sea medianoche para verla. No me concentro en las reuniones, ni siquiera sabría que basura se ha hablado estos últimos días, si no fuera por los resúmenes que me hace Ingellus después de cada sesión.
Me levanto y camino hasta el otro lado de la cama. A la mesa de noche. Busco en la gaveta la hoja que he guardado en el fondo como si tuviera la ubicación del maldito Silas Denavritz y se la entrego. Me alejo, creyendo que eso va a salvarme de lo que va a pasar, de lo que descubrirá.
—Una copia aleatoria del plan de acción —concluye desanimado después de verla.
—Dale la vuelta.
Lo hace. Se queda unos segundos admirando las tres letras que escribí en la reunión de ayer por la tarde y luego sonríe. Los arrugas alrededor de sus ojos aparecen, haciéndolo lucir más viejo de lo que es. Pero eso no es lo importante. Lo importante aquí es que lo sabe.
—Interesante —me mira. Satisfecho por lo que le he dejado ver—. No creí que fuera usted un hombre que escribiera este tipo de cosas.
—No lo soy. ¿Entiendes el problema en que estoy metido?
—Sería un problema si ella no estuviera en la misma línea.
—Emily es bastante inclinada al afecto, sin duda, pero dudo que escriba estas cosas.
—¿Y usted quiere que sea así? Me refiero a lo que escribió. ¿Quiere que ella sea E. L. M.?
No quería que lo dijera en voz alta. Por eso se lo di a leer. No para que repita con eso, siento que me expone.
—Es todo por ahora, Francis. Puedes retirarte. Hay que prepararnos para la reunión de hoy.
—Yo diría que no. No es todo —No se mueve ni un centímetro—. Ha pasado un tiempo considerable. Le he dejado convivir con el silencio. Ahora considero que es oportuno que reconozca, que se reconozca, que llame las cosas por su nombre. Eso le ayudaría a alejar la neblina. Sea valiente y admítalo.
Siento que la ropa me causa picazón de repente. Me cuesta. Me cuesta hacerle frente a estas situaciones. No estoy acostumbrado a sacar relucir mis emociones. Ese es el trabajo de Francis, él es quien las ilumina. Es el guía que me ayuda a encontrarlas. No se supone que sea yo quien las muestre.
—Majestad —Escucho a uno de mis guardias al otro lado, ahogando cualquier intervención—. El rey Stefan está aquí. Quiere hablar con usted.
—Que oportuno. —Escucho la ironía de Francis, su frustración por no poder sacarme lo que quiere oír.
No sé si estoy aliviado por la interrupción o no. Esperaba que viniera si soy honesto. Ayer estuvo muy calmado y estaba seguro de que no se quedaría tranquilo por mucho tiempo. Lo hago pasar y una vez lo tengo enfrente no hace más que mirar a Francis, pidiéndole en silencio que nos deje a solas. Él no es idiota, lo entiende y se despide con una inclinación de cabeza antes de marcharse.
—Estaba en algo importante, más vale que lo tú...
—Ganaste —Se muestra ofendido y ni siquiera sé de qué habla—. Emily me confesó que está interesada en ti.
¿De verdad se lo dijo? Mentiría al fingir que no me emociona. La besaría ahora mismo si la tuviera aquí. Debo esforzarme por reprimir la sonrisa. Estoy orgulloso, engreído. No me da pena demostrarlo. Es mía, la tengo en mi mano. Pienso en tantas cosas que podría hacerle para recompensarla por la valentía que no me alcanzaría el tiempo.
—¿Y qué quieres que yo haga? —La voz neutra que he impostado la mayor parte de mi vida, sale a relucir.
—Emily es demasiado para ti.
—Para ambos. —Recalco. No es una mentira para nadie.
—Te doy la razón. Es demasiado para ambos.
A Denavritz le duele esa mujer. Es descarado. No le importa pelear con ella, estando casado.
—Tú la vas a lastimar.
—¿Tal como lo has hecho tú?
—No, peor.
—Pareces muy convencido.
—Lo estoy. ¿Qué hiciste con Emily? —No se guarda la pregunta.
Lo tengo justo como quería. Desestabilizado. Al menos una parte del plan funcionó.
—Debes desistir de la idea de que te lo voy a decir. Y no hables como si me hubiera aprovechado de ella.
Quiere hablar. Hay algo que se muere por decirme. Lo veo en él. Lo consume y se debate. Respira profundo, se toma su tiempo y tras unos segundos, por fin, abre la boca. Dirá algo importante, lo presiento.
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Las cadenas del Rey. [Rey 2]
General FictionLa hija de los perfumistas Malhore ahora vive en el palacio, después de ser traicionada por quien creía era el amor de su vida. Siendo prisionera del nuevo Rey Stefan Denavritz, Emily empezará a envolver su corazón en una guerra de sentimientos, cua...