Capítulo 22.

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Magnus

Son las tres de la madrugada.
Lo hemos conseguido.
El ejército entró y Cromanoff ayudó.

No estuve aquí para ver a mis tropas enfrentarse a la Guardia Amarilla de Grencowck, pero sí estoy a tiempo para ver la invasión a la casa real de Prenfilg. Esperar fue lo correcto. Si hubiera respondido justo después de que Sigourney me atacó, nos hubiéramos tenido que enfrentar a un pelotón inmenso que estaría esperando nuestra maniobra.

Ahora las calles están vacías, como si se tratara de un reino fantasma, como si cada habitante, previniendo el ataque, hubiera huido. Las casas están cerradas, sin curiosos en las ventanas. La música de las cantinas ya no suena y los borrachos ya no deambulan. Todos duermen. El silencio de la madrugada, los guardias de turno distraídos y cansados por el horario y el palacio tranquilo no podrían ser un escenario más ideal. ¿Quién esperaría un ataque cuando su rey está en diálogos de paz? ¿Cuando ni siquiera saben que su soberano viene en camino con la cara destrozada?

La adrenalina me recorre el cuerpo, el estómago me cosquillea y me tiemblan un poco las manos. Estoy lleno de energía, ira y frustración. Con cada paso que doy recuerdo lo que Sigourney me hizo, lo que le hizo a Emily y lo que me obliga a hacer ahora. Gregorie camina a mi lado, vestido de negro, color que no le agrada mucho.

Ambos nos hemos limitado a cruzar las palabras y las miradas necesarias, manteniendo una distancia prudente. Gregorie cree que yo tuve algo que ver con Lerentia. Ella lo terminó por mi causa, le dijo que yo le atraía y el muy imbécil creyó que ambos eramos amantes. No me permitió explicarme, simplemente me odió y me dio igual. No vine a este mundo a rogarle a nadie para que me crea. Si eso es lo que él quiere pensar, que lo haga.

Su ejército, con uniformes verde oscuros, se despliega por las calles para tomar la ciudad. La primera barrera a la que nos enfrentamos es a la seguridad que se encuentra a las afueras del palacio. Dan rondas lentas, pero están ahí y dispararles ahora alertaría a los guardias del interior, por lo que tendremos que dividirnos y avanzar por una calle alterna para rodear el castillo. Una vez que tengamos cada frente custodiado, iniciaremos el enfrentamiento. La señal será clara y rápida. Un disparo al aire. Después de eso hay que actuar con rapidez.

Resueltos, nos movemos para llegar a tiempo. Vamos rompiendo las lámparas de la calle para sumirnos en la negrura absoluta y dificultarles la visión. Eso nos dará ventaja. Cuando llegamos a la parte posterior, nos ocultamos detrás de edificios y esquinas tan cerca del blanco como nos es posible. Esperamos en completo silencio, siendo nuestras respiraciones el único sonido. Una vez que el arma se acciona como señal de ataque, el fuego comienza.

Para cuando la Guardia Civil llegue, debemos estar adentro. Vamos en líneas. La primera se encarga de derribar a los guardias de afuera, la segunda sirve de refuerzo y la tercera busca tiradores cercanos para apuntarles. Nosotros somos los cuartos y les cuidamos las espaldas al resto. Ellos responden mientras atacamos.

Desde la última fila atestiguo cómo caen los primeros soldados de ambos bandos. Los disparos vuelan a nuestro alrededor y por encima de nuestras cabezas. Mi estatura me obliga a agacharme para que no me alcance una bala perdida. Gregorie también está en el suelo. No me mira, sino que tiene la vista fija en frente, concentrado. Avanzamos despacio, como si estuviéramos al borde de un precipicio. La sangre ya mancha el suelo y se esparce por cada rincón. Con cada paso que doy me encuentro los cuerpos de nuestros hombres y del enemigo.

Una trompeta suena de la nada. Es un aviso de guerra que pone en alerta la ciudad y notifica al pueblo y a la Guardia Civil de que el reino está bajo ataque. Esto no nos conviene. La melodía de guerra acaba de repente. El trompetero debió de estar en algún balcón y fue un objetivo claro para nuestros tiradores. No obstante, una nueva melodía inicia, esta vez dentro del palacio.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora