Capítulo 34.

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Emily

Camino en medio de la oscuridad de la noche, solo iluminada por algunas lámparas que me ayudan a guiarme. Las calles se sienten frías, húmedas, solitarias. Soy un alma en medio de la nada. Las casas están cerradas, escucho música baja que viene de algún sitio lejano y siento tal tristeza en el corazón que camino lento.

No tengo idea qué hora es. Me imagino que son más o menos de las diez, pero no estoy segura. Sin un triten en el bolsillo, no sé en dónde pasaré la noche. La estación de trenes está cerrada, por lo que busco algún lugar cercano en el que pernoctar. El problema es que lo único con lo que podría pagar sería con las joyas que traigo conmigo. Un desperdicio, por supuesto, pero las casas de cambio abren hasta mañana, así que no tengo otra opción.

Veo un edificio de ladrillo rojo un poco después de iniciar mi caminata por los alrededores de la estación. Es un hostal, no muy grande, pero servirá. Entro y me acerco al mostrador, desde donde un hombre mayor y ojeroso me observa a través de lentes gruesos. Pregunto por una habitación y me dice que son ocho calers. Son solo ocho calers por una noche y yo no tengo ni uno.

—¿Puedo darle esta pulsera por una habitación?

Me la desabrocho y se la extiendo. Es la que me obsequió Stefan por mi cumpleaños. El hombre la acerca a la luz de su lámpara y la escudriña con avaricia. Rápidamente, deduce que no es una réplica. Los diamantes son reales.

—¿Sabe que puede rentar todas las habitaciones con lo que vale esto? —me informa, levantado la pieza en el aire.

—Mírelo como una oferta. Con una me basta.

Al final, me ofrece una llave plateada atada a un trozo de cuero café con el número dieciséis grabado. Me dirijo en silencio hasta el segundo piso. El pasillo es escalofriante y angosto, tiene una alfombra marrón, poca luz y no hay nadie allí. Por lo que costaba esa pulsera pude haber buscado algo mejor.

La puerta chirría cuando la abro, enviando un eco tenebroso por la alcoba. El piso de madera cruje bajo mis pisadas, pero avanzo. Las paredes están empapeladas con un estampado de arabescos grises y un pequeño bombillo expande una luz amarillenta por la habitación mientras el frío de la noche se cuela por la diminuta ventana al lado derecho. Camino hacia allá y miro las calles de Roswell. Es una ciudad que duerme temprano, no hay un alma fuera, ni siquiera algún carruaje de servicio.

Me tomo mi tiempo antes de ir a la cama. Al hacerlo, siento cómo el colchón se hunde bajo mi peso. Me quito los zapatos y me trenzo el cabello. El desconcierto se me pasea por el pecho y la cabeza. Nada me asegura que mañana las cosas saldrán bien. Quizás ya enviaron a alguien a buscarme, quizás ni siquiera logre llegar a la estación, quizás no pueda escapar este mes o este año. Pero no me importa, seguiré intentándolo.

Me acomodo en una esquina, junto las piernas y pongo la cabeza sobre las manos cerradas. De inmediato, el sueño me invade y me dejo llevar, esperando que los últimos meses de mi vida hayan sido una pesadilla de la cual voy a despertar al amanecer.

****

—¡Emily!

Por un instante pienso que lo estoy soñando, que el llamado no es más que una treta de mi mente, pero se repite y se repite. Lo puedo oír alto y cerca. No viene de un eco dentro de mi cabeza, sino que está afuera, está aquí.
Abro los ojos.

—¡Emily, despierta!

Me levanto de golpe y miro sin dirección fija, pues me cuesta enfocar los ojos. La luz está encendida, creo que nunca la apagué, y cuando estoy a punto de volver a acostarme, me llaman nuevamente.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora