Capítulo 32

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El sol apenas asomaba por la ventana, tiñendo la habitación con una luz suave y dorada. Me desperté lentamente, sumida en la calidez de las sábanas y el reconfortante peso de un brazo fuerte rodeando mi cintura. Parpadeé un par de veces, permitiendo que la realidad se abriera camino a través del velo del sueño, y entonces lo vi.

Marcus estaba tumbado boca abajo, su piel dorada contrastando con las sábanas blancas. Su brazo me envolvía, manteniéndome cerca, y su respiración era profunda y pausada. Mi mirada recorrió cada línea de su espalda, cada músculo esculpido con precisión y las cicatrices dispersas que contaban historias que aún no me había atrevido a preguntar. Sus tatuajes, negros y sinuosos, serpenteaban por su piel, desde el hombro hasta perderse bajo la línea de la sábana que apenas cubría su cadera.

El calor me subió al rostro al darme cuenta de lo expuesto que estaba, de cómo la tela resbalaba peligrosamente revelando el contorno firme de su trasero. Tragué saliva y, sin poder evitarlo, mis dedos se aferraron un poco más a la sábana que cubría mi propio cuerpo, intentando cubrir mi desnudez mientras mi mente luchaba por ordenarse.

De repente, el más leve de mis movimientos hizo que Marcus se removiera. Su brazo se tensó un instante, y luego sus ojos verdes se abrieron lentamente, enfocándose en mí con una ternura inesperada.

—Buenos días, preciosa —murmuró, su voz ronca y adormilada mientras acercaba sus labios a los míos para darme un beso suave, apenas un roce que me dejó temblando.

—Buenos días... —respondí con un hilo de voz. Me aparté de la cama envuelta en la sábana, intentando no tropezar mientras recogía mi ropa esparcida por el suelo. Cada prenda era un recordatorio del caos de la noche anterior, del fuego y la pasión que habíamos compartido. Mi piel aún cosquilleaba, pero la culpa comenzaba a colarse entre las rendijas de mi conciencia.

—¿A dónde vas? —preguntó Marcus con una sonrisa perezosa, acomodándose contra el cabecero de la cama. Su cabello oscuro estaba despeinado, y su mirada, aún velada por el sueño, me atrapaba con una mezcla de picardía y afecto.

—A darme una ducha —me excusé, enrollando la falda en mi brazo y apretando la camiseta contra mi pecho—. Me vendrá bien despejarme un poco.

Antes de abrir la puerta, me quedé un segundo quieta, agudizando el oído. La casa estaba en silencio, pero mi mente era un hervidero. No podía permitirme que Connor me viera así, saliendo del cuarto de Marcus, completamente desnuda y con el pelo alborotado.

—No tienes de qué preocuparte —la voz de Marcus me alcanzó, tranquilizadora, pero con un deje de diversión—. Connor no está.

Me giré lentamente, sin soltar la manija de la puerta.

—¿Qué quieres decir con que no está? ¿Ha salido?

Marcus se encogió de hombros, como si la respuesta no tuviera la menor importancia.

—Salió anoche —dijo, y sus labios se curvaron en una sonrisa ladina—. Creo que lo despertamos... y se sentía un poco incómodo.

El rubor subió por mi cuello hasta inundar mis mejillas. La imagen de Connor, en su habitación, escuchándonos... sintiendo lo que Marcus y yo sentíamos. La mezcla de deseo y vulnerabilidad. Me mordí el labio, reprimiendo el torrente de emociones.

Negué con la cabeza y salí de la habitación antes de dejarme arrastrar por sus palabras. Caminé con pasos ligeros hasta el baño, cada tabla del suelo parecía crujir bajo mis pies desnudos. Me encerré y dejé caer la sábana, observando mi reflejo en el espejo. Mi piel aún tenía las marcas de sus caricias, pero lo que me perturbaba no era lo que veía, sino lo que sentía.

Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora