El aire olía a hierro y a madera quemada. La tierra parecía temblar bajo el peso de miles de pisadas. Un murmullo crecía en la distancia, como una tormenta aproximándose. Pero no era el viento, ni el trueno. Era la guerra.
Las manadas de Malcom avanzaban con ferocidad, cubriendo el horizonte como una marea oscura. Sus estandartes ondeaban al viento, símbolos de muerte y sometimiento. Los aullidos se alzaban al cielo, una promesa de destrucción.
Los guerreros de todas las manadas aliadas se alineaban, tensos, con el miedo apretando sus gargantas, pero sin dejar que se notara. Los ojos de cada uno brillaban con una mezcla de determinación y pavor.
John estaba al frente, la mandíbula apretada, sus ojos verdes fijos en el enemigo. A su lado, Erandi ajustaba las correas de su armadura de cuero, el rostro endurecido por la tensión. Ambos lucían como líderes natos, preparados para luchar hasta el final.
Yo los observaba desde la elevación de la colina, con Connor junto a mi. La marca en mi pecho ardía. El ritual estaba completo.
—Es hora —susurré.
Connor asintió lentamente, entendiendo.
—¿Estás segura de que estarás bien aquí? —preguntó preocupado.
Asentí.
— Yo ya no soy una amenaza para él — dije sintiendo el verdadero significado de aquellas palabras — Procurad que no escape.
Connor hizo un gesto a John y los tres se giraron, dejándome atrás, caminando hacia el centro del bosque, hacia el ojo de la tormenta.
El primer choque fue un estruendo ensordecedor. Garras chocaron contra acero, dientes se hundieron en carne, y los aullidos de guerra se mezclaron con gritos de dolor.
John y Connor lideraban a las tropas, moviéndose con precisión letal. John era un torbellino de fuerza, desgarrando a los enemigos con sus garras y lanzándose a los frentes más peligrosos sin pensarlo. Connor, más táctico, dirigía a los guerreros, cubriendo los flancos y manteniendo el orden entre el caos.
—¡Mantened la formación! —rugía Connor— ¡No dejéis que rompan la línea!
Marcus, cubierto de sangre, apareció desde el norte y giró hacia su hermano Pietro, que luchaba al otro lado. Pese a sus diferencias, ahora luchaban codo a codo.
Las Hijas de la Luna, lideradas por Erandi, peleaban como sombras mortales, moviéndose entre los árboles, sorprendiendo al enemigo. Nanuk y su padre, Tulok, atacaban con ferocidad nórdica, sus rugidos ahogando el miedo.
Algunos de los hombres de Malcom habían comenzado a huir, y aunque los aliados peleaban con una fuerza superior, marcados por mi sacrificio, la marea enemiga aún nos superaba en número y no se detenía.
De pronto oí un rugido a mi espalda y Malcom apareció entre los árboles. No puedo decir que me pillara completamente por sorpresa. Había entrado en mis planes, en los miles de escenarios mentales que había dibujado sobre cómo podía ir aquella batalla. La posibilidad de que el orgullo de Malcom no lo permitiera marcharse de allí sin acabar conmigo, sin arrebatarme la vida por aquel engaño, por aquella afrenta. Pero lo había asumido y aceptado. Todos estaban donde debían estar. Luchando por salvar lo que era verdaderamente importante. Nuestro pueblo, nuestra familia.
— Niña estúpida — las palabras de Malcom resonaron entre los árboles — Voy a arrancar esa maldita marca de tu pecho y la colgaré como un trofeo.
Yo no tenía fuerzas ni siquiera para correr. Así que no lo hice. Me quedé allí. Mirándolo con toda la determinación que quedaba dentro de mí. Con la tranquilidad de saber que había hecho lo correcto. Volví la mirada hacia la batalla un segundo, lo suficiente para ver como los nuestros ganaban terreno e iban ganando. Y sonreí justo cuando Malcom estaba apenas a unos metros de distancia de mí, cerrando los ojos para aceptar mi final.
John emergió de entre los árboles, ensangrentado pero decidido. Se abalanzó sobre Malcom, interponiéndose en su camino.
La lucha fue brutal. Malcom, incluso debilitado, era una bestia poderosa. Y John... John no contaba con el poder renovado de mi sacrificio, no contaba con el poder de la manada, porque su manada, la mía, había desaparecido cuando yo perdí mi esencia.
Aún así John peleaba con pura determinación.
Un zarpazo. Aullidos.
Necesitaba ayuda.
John gritó cuando los colmillos de Malcom se hundieron en su pierna, desgarrando carne y músculo. Cayó al suelo.
Erandi apareció justo en ese momento, en su forma lupina, flanqueada por otras tres Hijas de la Luna. Los ojos de la bestia de Malcom se clavaron en mí con odio antes de escapar entre las sombras, dejando un rastro de sangre.
La loba de Erandi se paró junto a John una fracción de segundo, sollozando y acariciando el hombro de John con el hocico. Me miró suplicante.
— Ve tras él — dije entendiendo lo que me pedía — Yo me quedo con John.
Erandi echó a correr detrás de sus hermanas.
Corrí hacia John y caí de rodillas junto a él. Respiraba con dificultad, y su pierna estaba destrozada.
—John... —susurré, sosteniéndolo.
Él intentó sonreír.
—Dime que al menos estamos ganando.Las lágrimas me nublaron la vista.
—Estamos ganando.
Marcus y Connor llegaron corriendo. Connor se arrodilló junto a mí, evaluando las heridas de John.
—Hay que llevarlo a la casa.
Asentí dejando que Connor y Marcus levantaran en peso a John que comenzaba a perder la consciencia.
—- ¿Y los demás? — pregunté.
—- Se acabó — dijo Marcus visiblemente agotado — Theron está negociando con los prisioneros y Selene se está encargando de los heridos. Los demás están asegurándose de que todos los aliados de Malcom desaparecen.
Habíamos ganado.
La batalla había terminado.
Pero el precio había sido alto.
Sonreí justo antes de desplomarme.

ESTÁS LEYENDO
Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]
Loup-garouCuenta la leyenda que cada mil años nace una luna tan fuerte y salvaje que ningún alfa puede controlarla. Una auténtica líder que amenaza las costumbres patriarcales que han imperado en nuestros clanes generación tras generación. Una luna destinada...