Capítulo 29

52 10 0
                                    

El silencio de la noche se colaba por las rendijas de mi ventana, dejando que la penumbra se adueñara de cada rincón de mi habitación. Llevaba casi una hora dando vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Mi cuerpo seguía vibrando con la energía residual de la carrera con Marcus, y mi mente no dejaba de girar en torno a todo lo que había sucedido.

La libertad de correr en mi forma animal, sintiendo el viento en mi pelaje, había sido abrumadora. Por primera vez, me había transformado a voluntad. Jamás había experimentado nada igual. Esa sensación de libertad, de plenitud. Como si no necesitase nada más en el mundo. Solo yo, mi loba y la tierra bajo mis patas. No pude evitar sonreír al recordarlo. Sin el miedo ni la humillación que había sentido toda mi vida por ser diferente, por ser una inadaptada. Sin la nueva presión de ser algo más, de tener un poder que aún no comprendía. Sin esa horrible sensación de que un peligro inminente me acecharía toda la vida. Ojalá me hubiese podido quedar congelada en ese momento durante el resto de mi vida, disfrutando de ser simplemente yo. Pero, como siempre, las cosas no podían ser tan sencillas.

El recuerdo del roce de Marcus, su respiración entrecortada contra mi cuello, hizo que me removiera incómoda bajo las sábanas. Ese momento había sido tan real, tan íntimo... hasta que la voz de Connor se había colado en mi mente como un rayo helado. Había sentido su presencia como si verdaderamente estuviera a mi lado. Y de pronto, toda esa sensación de libertad se había desmoronado.

¿Habría sentido Connor lo que yo estaba sintiendo justo en ese momento en el que invadió mi mente? ¿Podían ellos también meterse en mi cabeza y ver a través de mis ojos como yo había hecho ya más de una vez con Marcus? Traté de apartar aquellas preguntas de mis pensamientos.

—Joder —susurré al techo, soltando el aire de golpe.

No podía seguir así. Mi vida no podía girar únicamente en torno a esos dos. Necesitaba centrarme en mí misma. Había conseguido cambiar de forma a voluntad, y eso era un logro inmenso. Ni siquiera sabía qué aspecto tenía mi forma animal. Quizá si dejaba de pensar en Connor y Marcus y me enfocaba en mi propia esencia, conseguiría un poco de paz.

Me levanté con cuidado, moviéndome despacio para no hacer ruido. Marcus dormía en su habitación al otro lado del pasillo, y lo último que quería era tener que encontrarme con él en mitad de la noche. Me puse una sudadera y bajé las escaleras de puntillas. La madera crujió bajo mis pies en un par de escalones, y contuve la respiración hasta que todo quedó en silencio de nuevo.

El gimnasio del sótano estaba en penumbra y las paredes cubiertas de espejos reflejaban las máquinas de entrenamiento entre sombras. El suelo de goma amortiguaba mis pasos mientras me acercaba al centro de la sala. Mi reflejo en el espejo me devolvía la mirada, con el pelo enmarañado y las sombras bajo los ojos. Pero había algo más en mis pupilas, algo nuevo. Una chispa de determinación que no recordaba haber visto antes.

Me quité la sudadera y me quedé con la camiseta de tirantes y el pantalón corto. Me aseguré de que no se escuchaba ningún ruido en la casa antes de desnudarme por completo. No sabía muy bien cómo hacerlo. La última vez, con Marcus, había sido más instintivo. Una mezcla de deseo de correr, de liberarme... Tal vez si me concentraba lo suficiente, mi loba respondería.

Cerré los ojos y respiré hondo. Visualicé esa sensación de libertad, de velocidad. La tierra fría bajo mis patas, el viento azotando mi pelaje. Me dejé llevar por la memoria del bosque, el murmullo de las hojas, el crujido de las ramas al pasar. Sentí cómo la energía se removía en mi interior, una corriente cálida y punzante que se extendía desde mi pecho hasta cada extremidad.

El primer cambio fue en mis manos. Un cosquilleo extraño, como si miles de agujas diminutas bailaran bajo mi piel. Mis dedos comenzaron a retraerse, las uñas se alargaron, curvándose en garras. Una ligera punzada de dolor me recorrió, pero no era insoportable. Al contrario, era casi placentero. Mi piel hormigueó, y el vello comenzó a brotar, suave y espeso, cubriendo mis brazos, mi cuello, mi pecho.

Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora