Capítulo 69

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La mañana del encuentro amaneció envuelta en niebla, como un misterioso manto cubriendo el Valle de la Luna, en la Montaña Nevada del Dragón de Jade.

Yulong Xueshan, en su nombre chino, se alzaba majestuosa, con picos nevados que parecían desgarrar el cielo. A su alrededor, los densos bosques de abetos y cipreses envolvían el valle como un escudo natural, y los ríos cristalinos serpenteaban entre las piedras, susurrando historias antiguas a quienes estuvieran dispuestos a escucharlas. El aire era frío, limpio, y cargado de una energía casi palpable, como si las leyendas que rodeaban este lugar estuvieran al borde de materializarse.

Las nubes, bajas y pesadas, abrazaban los picos como una corona etérea, mientras que las primeras luces del amanecer teñían el horizonte de un tenue color dorado. El paisaje era tan sobrecogedor que, por un instante, me sentí diminuta, como si este lugar ancestral no solo fuera un escenario, sino un testigo silencioso del destino que se estaba a punto de sellar.

Ajusté el abrigo de cuero sobre mis hombros mientras mis ojos se perdían en el paisaje que se extendía ante mí. Había algo inquietante en aquella belleza salvaje, una calma que no era sino el preludio de la tormenta.

Dentro del edificio norte de aquel siheyuan tradicional que nos había servido de refugio temporal, un espejo colgado de la pared reflejaba mi imagen. Me observé con atención, buscando en mi rostro señales de miedo o duda, pero todo lo que encontré fue determinación. La mujer en el espejo era yo, pero también era algo más. Era una líder que había aceptado el peso del mundo sobre sus hombros.

Detrás de mí, Connor y Marcus se mantenían en silencio, como dos sombras firmes e inquebrantables. Sus miradas reflejaban una mezcla de preocupación y orgullo, y su presencia llenaba la habitación con una calidez reconfortante.

—¿Estás segura, verdad? —preguntó Marcus, su voz baja pero cargada de emociones que apenas podía contener.

Asentí, sin apartar la mirada de mi reflejo.

—Lo estoy.

Connor dio un paso adelante y tomó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos. La calidez de su toque contrastaba con el frío que parecía haberse instalado en mi interior desde que tomé esta decisión.

—No importa lo que pase, Tayen. No estás sola —dijo con firmeza, sus ojos buscando los míos en busca de una confirmación.

Les dediqué una sonrisa pequeña, apenas un movimiento de mis labios, pero suficiente para transmitirles que entendía su apoyo y lo valoraba. Dentro de mí, sin embargo, una maraña de emociones se agitaba: miedo, ansiedad, determinación, y, muy en el fondo, una chispa de esperanza.

Cuando salimos al patio central, pese a estar completamente rodeado por los cuatro costados, el aire frío nos golpeó como una advertencia. Atravesamos el patio y salimos al exterior por la zona sur de la casa. El bosque que rodeaba el valle era denso, con árboles tan altos que sus copas parecían tocar el cielo. Las raíces sobresalían del suelo, formando intrincados patrones que hablaban de siglos de antigüedad. El suelo estaba cubierto de una alfombra de musgo húmedo, y las pequeñas flores silvestres, de un azul pálido, parecían brillar débilmente bajo la tenue luz.

Erandi y John nos esperaban junto a la entrada del sendero. Erandi me abrazó con fuerza, su calidez humana contrastando con el frío que nos rodeaba.

— Todo listo — listo John a Connor y a Marcus que asintieron al unísono.

Eso significaba que las manadas ya estaban en posición, dispersas estratégicamente en el bosque y las colinas cercanas. Los líderes habían coordinado cada detalle con precisión: Selene y sus guerreras custodiaban los flancos del claro, Helga y Harald cubrían el este con un grupo de combatientes de Noruega, y Tulok y Nanuk se encontraban en el lado opuesto, bloqueando cualquier posible retirada. Y Theron nos seguiría a una distancia prudente para cubrir nuestra retaguardia.

Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora