Los siguientes días en Eagle Bay, me aferré a John como si fuera mi ancla.
Las primeras noches apenas me moví de su lado. Me aseguré de que tomara sus medicinas, de que sus heridas fueran tratadas, de que comiera algo más que las galletas saladas que dejaban en la habitación. Sabía que se sentía frustrado por estar en cama, pero no me importaba. No iba a dejar que se forzara demasiado.
—Bichito, me estás tratando como si fuera un anciano —se quejó una mañana mientras yo le alcanzaba el desayuno—. ¿No tienes nada mejor que hacer en todo el día que estar aquí vigilándome?
—Deja de protestar y come —respondí, ignorando su pregunta.
Él resopló, pero obedeció.
Los primeros días apenas podía moverse, pero poco a poco empezó a recuperar fuerzas.
—Vamos, ayúdame a levantarme —dijo en su tercer día de descanso.
—John, no...
—Sólo hasta la puerta —insistió, extendiéndome la mano con una sonrisa encantadora—. No me hagas suplicarte.
Rodé los ojos, pero terminé por ayudarlo a ponerse de pie. Lo sostuve con fuerza cuando se tambaleó un poco.
—Vale, vale, no hace falta que me mires así —bromeó—. Estoy bien.
—Si te caes, te juro que te dejo en el suelo.
Se rió y, apoyándose en mi hombro, caminamos lentamente hasta la puerta.
Fue un proceso lento, pero cada día mejoraba un poco más. Después de una semana, ya podía salir a dar pequeños paseos por los alrededores. Yo iba con él, sin separarme ni un segundo.
—Nunca pensé que tendrías madera de enfermera —comentó un día, mientras caminábamos por un sendero entre los árboles.
—Calla y sigue caminando —le respondí con una sonrisa.
Era un alivio verlo mejorar. Después de tanto miedo, de tanto dolor, verlo de pie de nuevo me daba esperanza. En esos momentos, en ese bosque lleno de vida, sólo quería aferrarme a la sensación de que, al menos por un instante, todo estaba bien.
Pero había un peso que seguía aferrándose a mi pecho. Algo que no podía seguir ignorando.
No estaba lista. Ni de lejos.
Había aplazado la llamada durante días, encontrando siempre alguna excusa para no marcar el número. Pero sabía que tenía que hacerlo.
Así que esa noche salí al porche, donde la brisa nocturna traía el aroma a pino y tierra húmeda. La luz de la luna iluminaba el lago frente al motel, creando sombras alargadas. Inspiré profundamente y, antes de que pudiera cambiar de opinión, marqué el número.
El tono apenas sonó dos veces antes de que ella respondiera.
—¿Tayen?
Su voz era un susurro tembloroso de alivio y preocupación.
Me llevé una mano a la boca para contener el nudo que de repente se formó en mi garganta.
—Mamá...
Hubo un instante de silencio y luego un sollozo contenido al otro lado de la línea.
—Luna bendita, ¿estás bien? ¿Por qué no has llamado antes?
Cerré los ojos con fuerza, sintiendo que toda la contención que había mantenido hasta ahora se derrumbaba de golpe.
—Estoy... estoy bien — murmuré, aunque la voz me temblaba—. Estoy con John.

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Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]
WerewolfCuenta la leyenda que cada mil años nace una luna tan fuerte y salvaje que ningún alfa puede controlarla. Una auténtica líder que amenaza las costumbres patriarcales que han imperado en nuestros clanes generación tras generación. Una luna destinada...