Capítulo 13: Alas de Ángel

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El corazón me latía muy rápido de los nervios

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El corazón me latía muy rápido de los nervios. No había podido decir una palabra desde que subimos al coche. Jackson y Lucinda me salvaron cuando llegaron tan rápido a casa. Yo quería irme ya y que Aaron se quede con los niños, pero él insistió en acompañarme.

El abuelo Gilbert está mal. Muy mal. Enfermó y podría ser letal a su edad y su estado de salud. No paro de pensar en él, cuando me buscaba en la escuela y me llevaba a las exposiciones de autos que le gustaban tanto. Las veces en las que me daba recorridos por el hospital y me presentaba a sus pacientes de más confianza. Siempre fui la niña del abuelo, la consentida, la princesa y él siempre fue las alas dónde me refugié.

Aaron dejó su mano en mi muslo y movió su pulgar en círculos.

—Tranquila, estará bien.

Mis ojos ya estaban cristalizados y subió su mano a mi cabeza.

—No tengas miedo.

Me desabroché y me acurruqué a su lado, no dejó de conducir ni un segundo, queríamos llegar cuanto antes.

Tardamos unos cuantos minutos más en llegar a Manchester y atravesar la ciudad hasta el barrio de la casa de mi niñez. Los coches de mis tíos y mis primos estaban apartados a lo largo de la calle. Bajé tan rápido como estacionamos y a la primera que vi fue a Clarissa en la puerta.

—Están arriba, cielo—me avisó y besó mí frente antes de darme espacio para subir por las escaleras.

Sentía el peso de mi infancia en cada escalón. Las veces que me caí por éstas mismas escaleras jugando con Emmie y cada vez mi abuelo fue el que me curó las heridas. Apenas llego al pasillo veo a mis primos, se quedan en silencio cuando me ven, incluso está Will y no me dan esperanzas verlo, ya que se supone que estaba preparándose para dar un concierto en centro América, si vino de tan lejos quiere decir que esto es realmente grave. Más adelante está mi tío Flinn hablando con uno de los médicos amigo de mi abuelo.

—Princesa —me mira con pena y el doctor también—, Jonah y Bruce están dentro. Pasa.

—¿Qué ocurrió?

—Se cayó en la ducha.

—¿Y dónde estaban sus enfermeras?

—Cariño, no busques culpables. Solo entra a verlo —me abrazó con fuerza y abrió la puerta para que entre a la habitación donde tantas veces vine a molestarlo cuando estaba aburrida.

Apenas ingresé vi a mí tío y a mi padre junto a la cama donde estaba postrado mi abuelo. Sonrió al verme y yo estuve a punto de llorar.

—Mi amante— su voz sonó rasposa y baja, estiró su mano hacia mí. Me acerqué y tomé asiento a su lado.

—Abuelo.

—No me mires así. Quiero ver tu sonrisa una última vez.

—Papá—el tono de advertencia de mi tío lo hizo rodar los ojos.

Ni Que Fuera Por Nosotros [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora