Capítulo 54: Golpe de suerte

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Aaron no lo deja en paz

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Aaron no lo deja en paz. Lo ve con tanto amor, tanta fascinación que se pierde mirándolo por horas. Me deja tenerlo solo cuando tiene hambre y luego vuelve a tomarlo para moverse con él de un lado al otro.

Cómo hizo durante el embarazo, le pone música clásica para hacerlo dormir, y mierda, funciona. No parece que sea mi prometido, no se asquea cuando lo vomita, solo lo lleva a bañarse. Había pensado en todas las posibilidades de que esto pueda salirnos mal, empezando por la principal y es que me cambien al niño en el área de neonatal. Pero parece que al que cambiaron es a su padre, jamás lo había visto sonreír tanto tiempo seguido que no sea a mí.

Le acaricia la cara con su meñique, le sigue la curvatura de su naricita y luego besa su frente unos largos segundos susurrándole algo que no llego a oír.

—¿Listo?—no quiero apurarlo, pero lleva frente al sol de la ventana como veinte minutos y yo con las tetas al aire.

Sin borrar su expresión, lo acuesta sobre mi pecho y le coloco el pezón en los labios para que comience a succionar. Él no deja de observarlo.

—Me estás tapando el sol.

Hace un paso al costado devolviéndome la vitamina D.

Se sienta en el puff pequeño y recoge su cuaderno de dibujos donde la mayoría estoy yo, incluso la tapa principal tiene mi nombre escrito. Me dibuja otra vez, pero ahora con nuestro bebé.

—¿Sabes?

—¿Mmm?— frunce el ceño concentrado en su lápiz.

—No me diste un regalo por parir —alza los ojos, divertido—. Me diste uno por el embarazo, ahora quiero otro por sobrevivir a él.

—¿Tienes algo pensado?

—Creo que necesito unas vacaciones.

—Bueno, ¿A dónde?

—Déjame pensar —me tomé mi tiempo en recordar las imágenes que ví en Pinterest —¡Grecia! Quiero ir ahí.

—Okey. Ahora deja de moverte tanto.

Me quedé quieta y Damon también mientras siguió alimentándose. Tenía miedo de no poder amamantar, de que me doliera o de que algo malo pasara. Puros malos pensamientos, porque puedo hacerlo perfectamente.

Me desvío a la puerta cuando noto la presencia de mi hija mayor asomada.

—Hola.

—Hola, hadita.

Su padre palmea el espacio junto a él y ella va a sentarse. No me aparta la mirada y sonríe de lado, hinchando sus mejillas rosadas.

—¿Cómo está Damon?

—Pues, aquí vaciándome el pecho.

Su risa angelical es lo único que se escucha en la habitación y su padre la observa igual de embobado como miraba a Damon. Cuando me devuelve la mirada es como si compartiéramos el mismo pensamiento alucinados sobre por fin caer en cuenta de que hemos formado una familia. Yo como tanto quise y él como jamás imaginó. Nuestra hija mayor y nuestro hijo menor en una misma habitación, después de pasar por tanto. Lo que empezó con ella y está terminando con él.

Ni Que Fuera Por Nosotros [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora